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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN AUTOPERCEPCIÓN INTELECTUAL ciar el comentario de este segundo as– pecto de mi proceso histórico, rectifican– do una manida opinión, hecha ambiental sobre la escuela franciscana. Como fran– ciscano me siento inserto en su espíritu, aunque no asido a la letra de sus múlti– ples opiniones, para mí siempre discuti– bles. Esta inserción me obliga a denun– ciar a cuantos, con una intención u otra, se empeñan en ver en esta escuela un culto a la afectividad , al margen casi de todo rigor intelectual. Siento satisfac– ción de poder declarar aquí, después de medio siglo de convivencia con esta es– cuela, que no hay una tendencia dentro del pensamiento cristiano que manifieste más confianza en la razón que la de los doctores franciscanos. Si alguna excep– ción hubiera que hacer sería a favor de San Anselmo por su argumento ontoló– gico y por su obra que tanto podía escan– dalizar a San Bernardo : Cur Deus horno? De esta mi tesis pudiera exponer un alegato muy largo. Me limito a comen– tar dos máximos doctores de esta escue– la: San Buenaventura y J. Duns Escoto. De San Buenaventura, tantas veces acu– sado de fácil sentimentalismo, puedo anotar que con San Anselmo y con su misma confianza en el proceso lógico formulado a priori, hace suyo el llama– do, desde Kant, argumento ontológico. Al profesor amigo J.M.G. Gómes Heras oí decir en una de nuestras reuniones de profesores en Salamanca, que no hay formulación más clara y densa del fa– moso argumento que la de San Buena– ventura: «Si Deus est Deus, Deus est» (Quaest. disp. de mysterio Trinitatis, q. I, a.l, fundam.19. Obras de S. Buenavent., t. V, Madrid, EDICA, 1948, p. 106). En mi reflexión muy meditada: Supuestos filosófico-religiosos de las pruebas de la existencia de Dios en San Buenaven– tura. l. Razón y orden cósmico. II. El paralelismo gnoseológico (S. Bonaven– tura 1274-1974. Grottaferrata [Roma], 1974, III, 201-258) llegué al convenci– miento de que tanto San Anselmo como San Buenaventura asumieron la tradi– ción griega que desde Parménides pro– clamó su confianza en el proceso racio– nal, aun en sus formulaciones apriorísti– cas. Sólo en un clima de plena confianza en la razón se puede aceptar como válido el indudable tránsito del orden ideal al real que tiene lugar en la formulación del argumento ontológico. Otro indudable atestado de la confian– za que San Buenaventura tiene en la ra– zón es su elevado intento de hallar razo– nes necesarias para fundar el misterio trinitario. En esta ocasión no sólo tiene frente a sí a Santo Tomás, como en el caso del argumento ontológico, sino también a Duns Escoto. Sigue el doctor 24/ ANTH ROPOS 122/123 J. Duns Escoto seráfico, en su razonar trinitario, a la es– cuela de San Víctor, especialmente a Ri– cardo. Un momento cumbre de este su razonar es el capítulo VI del ltinerarium mentís in Deum, donde pretende hacer ver cómo la Trinidad de personas en Dios es exigida por el dinamismo de la idea de Bien. Sobre ello llamé la aten– ción en mi estudio, uno de los extractos de mi tesis: «La metafísica del Bien en la teología de San Buenaventura» (Natura– leza y Gracia, I [1954] , 7-38). Mi her– mano en religión y compañero de estu– dio, Alejandro de Villalmonte, retomó esta difícil cuestión teológica y la hizo objeto de su tesis doctoral en la Univer– sidad Pontificia de Salamanca. Publicó un extracto esencial de la misma con este título: «El argumento de "razones nece– sarias" en San Buenaventura» (Estudios Franciscanos, 53 [1952], 5-44). Ante es– tos alegatos tan valiosos pienso que na– die se atreverá a negar a San Buenaven– tura una gran inteligencia, exigente y ri– gurosa, dentro de su carisma seráfico. J. Duns Escoto ha tenido peor prensa que San Buenaventura. Se le ha acusado de defender un contigentismo metafísico tan exasperado que haría de Dios una ab– surda arbitrariedad. He abordado dete– nidamente esta acusación en mi estudio: «En torno al supuesto positivismo de Juan Duns Escoto» (Verdad y Vida, 24 [1966] , 283-304). En dicho estudio qui– se hacer ver lo infundado del juicio de Ortega y Gasset, al afirmar que, según Escoto, Dios en el ejercicio de su poder arbitrario «podría dejar de existir» (En torno a Galileo , en O.C., t.V, p. 132). Indudablemente, Ortega no ha bebido esta opinión en los escritos del doctor medieval. Opino que la leyó más bien en la obra de B. Landry, Duns Scot (Pa– rís, F. Alean, 1922). Esta obra ha sido :gada por la alta crítica escotista una postura histórica que raya en el ·mphlet. Pero pasó a formar parte de la lección «Les grandes philosophes». .de creer que en la lectura de esta gran lección Ortega toma contacto con ms Escoto, como lo refleja el parale– mo de sus afirmaciones tan antiesco– tas. Otro fuera su juicio si directamen– hubiera leído el opúsculo, De primo incipio - tercamente negado como téntico por B. Landry contra el atesta- irrefutable de la crítica histórica-. te admirable opúsculo está todo él in– to en el orden metafísico de las esen– lS. Y dentro de este orden Duns Escoto seguido un razonamiento según un )ceso de cuño matemático. E. Gilson subrayado el gran influjo de esta me– ísica esencialista en el gran racionalis- mo del siglo XVII. Estoy cierto que Or– tega, ante el opúsculo mentado, hubiera hallado hondas afinidades con la metafí– sica de Leibniz, al especular éste sobre el tema de Dios. Por mi parte declaro aquí lo que ya llevo en mi mente por más de un dece– nio. El opúsculo De primo principio, obra juvenil de Duns Escoto, es la cúspi– de de la metafísica cristiana razonando sobre Dios. Doy por cierto que cuantos sin prevención lo lean, estarán conmigo. Ahora respaldo mi opinión con el juicio de un máximo conocedor de Escoto en este siglo, E. Longpré: «C'est bien cet opuscule d 'une architecture mathémati– que et aux envolées mystiques subli– mes» (La philosophie du B. Duns Scot, París, 1924, p. 17). Como comentario a este breve y autorizado refrendo me pla– ce constatar que es muy propio de un doctor franciscano unir una metafísica esencialista, estilo matemático, con los altos vuelos de la mística. No se vea, pues, en la mística franciscana una mi– nusvaloración del rigor del pensamiento. Hecha esta aclaración previa, pero que afecta a la entraña misma del espíri– tu de quien esto escribe, paso ya a la autopercepción de mi proceso histórico respecto de mi segunda idea clave. Pide ésta ir haciendo la verdad en el amor. Vi– vido este tema, durante más de medio si– glo, en férvido clima franciscano, debo confesar ahora que mi mente, al reflexio– nar sobre el mismo, ha pasado por cua– tro etapas sucesivas. Las iré exponiendo con alguna detención. Esta exposición hará patente mi proceso histórico en un problema tan hondo y tan humano. A la primera etapa la declaro de po– breza mental. Ortega y Gasset en sus de– liciosos Estudios sobre el amor reitera– damente lamenta la pobreza de nuestro lenguaje sobre el mismo y, en general, sobre toda nuestra vida afectiva. Por esta pobreza me vi envuelto en los largos

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