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delante de ellas para admirarlas, vene– rarlas. Y lo que es más: para rezarlas con mística devoción. Cierro así este excursus sobre la intui– ción y el concepto, consciente de que tengo ahora en la mano el instrumento mental que me ha de clarificar los dos magnos hechos culturales de la sabiduría milenaria y de la filosofía científica. Que esta filosofía científica se haya servido de los conceptos en su forja y elabora– ción, los saben hasta las mesas de las au– las universitarias. Ingente cantidad de li– bros se han escrito para historiar el desa– rrollo de estos conceptos y de sus respectivos logros ---0 respectivas des– viaciones-. Sin embargo, apenas ha sido estudia– do el proceso mental por el que se ha lle– gado a formular esa milenaria sabiduría, venerable en las tradiciones sapiencia– les, aleccionadora en los refraneros del pueblo y que llega hasta el «buen senti– do» de la abuela que imparte consejos desde su sillón. Pienso que para esta lar– ga forja de sabiduría se ha dado una pro– longada introversión de la mente a la es– cucha de una voz interior. ¿De quién? Plotino, que tanto recomienda esta in– troversión a la que llama reiteradamente «epistrophé», pide que el alma se desen– tienda de lo de abajo y que ascienda has– ta dejarse inundar de la eterna luz del Ser Inteligible, al que llama Nous. En nues– tros días, M. Heidegger, muy en línea con la introversión plotiniana, pide estar a la escucha del Ser. Un pensador cristiano debe ampliar y completar esta perspectiva. Ante todo ha de subrayar que todo este incomparable mundo de sabiduría está saturado más de intuiciones penetrantes que de razona– mientos motivados. Un cotejo -perdón porque brinca sobre milenios- entre el profeta Isaías y el teólogo F. de Vitoria hace ver cómo utilizan respectivamente la intuición y el concepto. Nada más in– citante se ha escrito sobre la paz que el conocido pasaje de Isaías (XI, 6-8), en que leemos: «Habitará el lobo con el cor– dero, y el leopardo se acostará con el ca– brito... El niño de teta jugará junto a la hura del áspid, y el recién destetado me– terá la mano en la caverna del basilisco». ¿ Qué es mentalmente todo este idílico ensueño de paz? Pues no más que una in– tuición profética recibida de Dios por Isaías y transmitida por éste a su pueblo. Si ahora, a continuación, abrimos la famosa relección de F. de Vitoria, De jure helli, su lectura nos pone ante un largo razonamiento con el que se intenta poner diques a la tragedia histórica de la guerra. Al final de su razonamiento, Vi– toria propone tres cánones o reglas para hacer la guerra. No interesa aquí acotar– las. Pero este breve alegato basta para to- ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN AUTOPERCEPC IÓN INTELECTUAL mar conciencia de qué modo tan distinto presentan el tema de la guerra el profeta bíblico y el docto teólogo. Respectiva– mente son la intuición y el concepto en acto. Dos métodos muy distintos de pen– sar sobre el mismo tema. Desde esta perspectiva no es del todo aceptable el conato de C. Tresmontant en sus estudios sobre la Biblia. Hay de– masiada mezcla entre la intuición bíblica y el conceptualismo de la metafísica griega. Donde más certero lo hallamos es en su obra Essai sur la pensée hehrar– que (París, 1956), donde ya desde el títu– lo anuncia un estudio sobre el pensa– miento bíblico, no sobre su metafísica. Reconoce que ésta se halla solamente implícita. Esto es reconocer que los ha– giógrafos sacros nunca se preocuparon de organizar lógicamente sus iluminadas intuiciones. Domina, por lo mismo, en la sabiduría bíblica la intuición frente al vi– gor lógico que tanto cultivó la metafísica griega. De cuanto venimos diciendo pudiera deducirse que sabemos poco de cómo actúa la intuición en la génesis de esa perla de la mente humana que es su mile– naria sabiduría. Confesemos que así es eh verdad. Y en este momento me remito a un filósofo tan reflexivo sobre los mé– todos del conocer como Ortega. De paso, pero muy meditativo, aborda las tradiciones sapienciales. Las juzga un método más, al lado de la filosofía, para que el hombre pueda sostenerse en el mar de dudas en que peligra hundirse. Ante este peligro el hombre crea toda una cultura de desesperación. Ahora bien, añade textualmente: «Un ejemplo de esa cultura desesperada es la "litera– tura sapiencial", que por caso curioso y desazonador es la más antigua que existe (asiria, egipcia, griega, hebrea). Nunca se ha escrito nada formal sobre ella y yo espero en breve tocar con cierta abun– dancia el virgíneo y pavoroso tema» («Ideas para una historia de la filosofía», en Historia como sistema, Madrid, Re– vista de Occidente,1966, p. 120, El Ar– quero). Dos claras afirmaciones formula Ortega en el texto acotado. No podemos estar acordes con la interpretación pesi– mista de las tradiciones sapienciales cuantos hemos pasado largas horas, en remanso sedante, leyendo los libros sa– pienciales bíblicos y nos hemos asoma– do a otras literaturas sapienciales. La se– gunda afirmación, por el contrario, da mucho que pensar. Cuando Ortega de– signa al tema sapiencial como «virgíneo y pavoroso», da bien a entender su valor transcendental para la cqnciencia huma– na y la poca reflexión de qu'e ha sido ob– jeto. En todo ello a Ortega le acompaña– ba la razón. Por fortuna, en los años que siguen a su muerte, el tema ya preocupa Pila bautismal de la parroquia de Ventosa de la Cuesta más hondamente, unido a la cuestión re– ligiosa que pregunta por el origen de lo sagrado en la historia de la humanidad. Pero resta mucho por hacer. En España estamos ante un magnífico programa que se ofrece incitante a jóvenes investi– gadores. Al terminar la exposición de mi pri– mer desarrollo ideológico, pudiera resu– mirlo en que mi conciencia ha ido paula– tinamente clarificando los caminos de la verdad. En esta mi clarificación el valor y el uso del concepto ha ido cediendo el paso ante la primera fuerza mental: la in– tuición. Debo confesar que mi mente se abrió a la vida intelectual, manipulando conceptos. Eran estos el clima de mi for– mación escolástica. Pero hoy se abre ante mí con mayores posibilidades y lo– gros la intuición. No dudo formular aho– ra mi actitud en estos términos: sobre la filosofía y la ciencia está la verdad. Y para el logro de la verdad, la filosofía científica ni ha sido lo primero, ni lo úni– co, ni lo más efectivo. No lo primero por haberla precedido la sabiduría milenaria de las grandes culturas. No lo único, por tener a su lado otros excelentes saberes. No lo más efectivo, porque será siempre más eficaz para la humanidad escuchar a Dios por sus profetas y poetas o verle en intuiciones geniales, que endiosarse a sí misma con los adelantos del saber cientí– fico. «Hacemos la verdad», pide en pri– mer lugar el programa de San Pablo. Del concepto a la intuición he ido yo hacien– do «mi verdad». II. «... en el amor» Es esta la segunda idea clave del progra– ma que he asumido de San Pablo para mi vida intelectual. Siento el deber de ini- 122/123 A~JTHROPOS/23

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