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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN Casa-escuela donde nació Enrique Rivera de Ventosa pongo en mi estudio mentado: «La disputa en torno a la filosofía cristiana llegó a su momento de máxima tensión en la Société fran~aise de Philosophie de París, donde frente a la tesis negativa de Bréhier: ni hay, ni ha habido, ni puede haber filosofía, ni cultura cristiana, se le– vantó E. Gilson para defender no sólo la posibilidad sino el hecho histórico de la filosofía cristiana y de su indeleble in– flujo en nuestra cultura de Occidente» (p. 182). A esto tengo que añadir que miraba con simpatía la postura de San Buenaventura al denunciar que la filoso– fía cae en tinieblas si exclusivamente se atiene a sus propios dictados (De donis Sp. Sancti, IV, n. 12). Es decir; que fren– te a la actitud tomista en favor de una clara autosuficiencia del puro filosofar, conocido como «filosofía cerrada», San Buenaventura proclamaba la necesidad de una «filosofía abierta» a la luz supe– rior que ha de reforzar y ampliar la luz de la razón. Esta postura del doctor seráfico ha sido audazmente asumida por M. Blondel, quien, al I Congreso Nacional de Filosofía en Argentina -tuvo lugar en Mendoza- envió una comunicación que, enfermo, no pudo ir a leerla. Fue su testamente filosófico, lleva este título bien significativo: «Le devoir intégral de la philosophie». La esencia de este deber consiste en meditar desde la razón lo que la revelación le ofrece gratuitamente y ella por sí sola no puede alcanzar. Nave– gamos -pienso con Blondel y muchos otros- por el mar quieto de la razón y revelación, dos luces aunadas para des– velar el gran misterio de la peregrinación del hombre, tanto el de su vida indivi– dual como el de la familia humana en su historia. (Amplié este punto en un desa– rrollo ulterior, propuesto en mi estudio, «Dos pensamientos cristocéntricos: San 18/ANTHROPOS 122/123 Buenaventura y M. Blondel», Estudios Franciscanos, 75 [1974], 339-378.) En un segundo momento, advertí con claridad que la filosofía es tardígrada y manca. Tardígrada, porque viene en pos de milenios de tradiciones sapienciales de los pueblos antiguos de más alta cul– tura. Manca, por sobrevalorar la teoría frente a lo más importante en la vida hu– mana que es la praxis. De esta dualidad tensa entre sabiduría y filosofía y de la prioridad histórica de la primera tenía ya plena conciencia en 1956 cuando redac– té el citado estudio: «Sabiduría y filoso– fía... ». De él tomo estos asertos. Des– pués de declarar vana la presuntuosa manía de nuestra cultura occidental, re– toño tardío del espíritu humano, por juz– garse a sí misma plenitud de saber, es– cribo: «El hombre que sabía el camino misterioso de la vida del alma y sobre todo podía señalarlo a los demás, recibía en aquellas viejas culturas el nombre de "sabio". Recuérdense los libros sapien– ciales bíblicos, la sabiduría india, persa, babilónica, egipcia. Siempre la misma temática que era indefectiblemente sote– riológica ... Será precisamente misión propia del sabio indio, persa, chino, el señalar el peculiar atajo que sus respecti– vos pueblos han de seguir para la conse– cución del fin soteriológico implicado en toda vida humana». Con un texto de X. Zubiri concluía este mi razonamiento: «Obrar conforme al saber es obrar asen– tando sus juicios sobre lo inconmovible del universo y de la vida. Y este saber de lo inconmutable, de lo que es siempre, allá en las ultimidades del mundo, es lo que el griego, al igual que todos los pue– blos que han sabido expresarse, llamó "sophia", "sabiduría"» (pp. 189-190). Con más claridad y rigor de pensa- AUTOPERCEPCIÓN INTELECTUAL miento percibo en esta hora la tesis enunciada: la filosofía debe reconocer– se tardígrada por venir en pos de las milenarias sabidurías sapienciales de los grandes pueblos. Y también manca por poner su meta en el razonar teórico, algo posterior y secundario frente a la praxis, frente al camino de la vida, que enseñaban las literaturas sapienciales. Una palabra resume el mejor pensa– miento humano durante milenios: pai– deia. La etimología de la palabra re– cuerda que la humanidad es un niño al que hay que guiar y conducir. La obra clásica de Werner Jaeger, Paideia: los ideales de la cultura griega , hace ver que el ideal sapiencial y pedagógico de las antiguas culturas persiste vigente en Sócrates y en los presocráticos. Ello quiere decir que la filosofía misma nace con preocupación sapiencial. Es decir; quiere primeramente enseñar a vivir. Aristóteles, sin embargo, dio una infle– xión tal al conocer que juzgo tal in– flexión la máxima revolución coperni– cana del pensar. Superior, a mi ver, a la del mismo Kant. Aristóteles proclama su revolución en la primera línea de su Metafísica: rrávn:s- av8pWTTOL TOiJ dfü:– VUL ópí:yovTUL cpúaEL Pienso que estas citadísimas líneas se– ñalan el paso a otra orilla del saber hu– mano: desde la sabiduría o paideia a la primacía del saber por el saber. Hoy esta fórmula nos suena como algo fami– liar, cansados de oír hablar de arte por el arte, ciencia por la ciencia y, en primer término, desde Maquiavelo, de política por la política. Con ello se ha levantado acta de defunción a la vida. Bien lo dice el título de una obra de Ortega: La des– humanización del arte. El arte deshuma– nizado es un arte sin vida, como la cien– cia por la ciencia y el saber por el saber. Esta deshumanización fue, en efecto, la faena histórica realizada por Aristóteles en su Metafísica. En un comentario iluminado de To– más de Aquino, en sus In metaphysicam Aristotelis commentaria, expone lamen– tada línea aristotélica y en pro de su con– tenido alega tres convincentes razones. Pero más que estas razones interesa su– brayar aquí la asimilación de la doctrina aristotélica por Santo Tomás y el influjo que esta doctrina ha tenido en el poste– rior pensamiento cristiano. Con ocasión del centenario de la con– versión de San Agustín, 1986-87, repen– sé mucho en este tema y advertí con ma– yor claridad que nunca cómo Santo To– más, si pondera y asimila muchas doctrinas de San Agustín, discrepa de él sustancialmente en este punto. Nunca San Agustín se propone como meta el sa– ber por el saber. Todos sus saberes -y no fueron pocos- los inserta en la «sa-

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