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EDITORIAL E. Rivera muestra un enorme interés por todas las mani– festaciones de la cultura en general, especialmente por aque– llas que dicen una mejor referencia a la elaboración de un pen– samiento cristiano hoy, y también a las que indican la presencia de San Francisco en la mentalidad contemporánea. Sólo una cita que se refiere al poema escultórico que Antonio de Otei– za construye de San Francisco que ve como El rescate de lo profundo. Dice así: [...] el poema franciscano de A. de Oteiza hay que verlo de espal– das a ese primer plano en el que tantas mentes se han colocado tanto en filosofía como en arte. Para dar un claro ejemplo de un arte concebido y realizado en un primer plano basta leer con ojo sencillo el idílico poema del Cantar de los Cantares. Con un atrevimiento que ha repugnado a más de un espíritu melindroso el poema des– cribe la belleza corporal de los esposos enamorados en un primer plano de exquisito primor que no cela ni los secretos velados por una falsa pudibundez. Si ante el celeste candor de este poema bíblico evocamos las quejumbres del Santo Job, advertimos al instante que nos hallamos en otro plano: en el del misterio, en el plano de lo profundo. Pues bien; en este plano de lo profundo se ha situado el artista A. de Otei– za. Ciertamente que sería malentender a San Francisco verlo des– de los quejidos del Santo Job. Si hemos recordado a este personaje bíblico, es tan sólo para poner más en relieve la distinción entre un nivel de superficie, tal como aparece en la encantadora descripcion del Cantar de los Cantares , y el nivel de profundidad , tal como lo deja entrever el famoso libro bíblico de Job. En un intento de apli– car esta distinción a San Francisco tenemos que afirmar que éste vive preferentemente en un primer plano de superficie semejante al id íl ico de los esposos del Cantar de los Cantares. Indudable– mente, este primer plano de candor y de inocencia, el propio de los niños y de toda alma infantilmente evangélica, era el que mejor le iba. Hasta el arte que Francisco suscita desde los tiempos de Giot– to ha tenido preferencia por esos momentos idílicos en los que el Santo es pura trasparencia. Pero San Francisco ha vivido también momentos de profun– da interioridad. Son, precisamente, esos momentos los que ha que– rido reproducir el barro modelado del escultor A. de Oteiza. Re– cordemos que en España ha tenido precursores inolvidables. Blan– ca de los Ríos comenta así cada uno de los Franciscos del Greco: «Aquello no es un hombre : el ascua del espíritu ha derretido toda carne; parece más que un Santo , la santidad misma; es la exalta– ción. la fiebre, el delirio, el rapto, el éxtasis... ¡Es la muerte de amor envuelta en unos hábitos». A su vez, evocando a otro gran escul– tor franciscanista escribe: «En la gubia de Pedro de Mena fulguró la centella mística, y en su diestra ardía la fiebre del divino amor, cuando realizó el milagro de encender un leño en la locura celes– te que arrebataba al llagado de Alvernia... Aquello no es sólo la cumbre de la plástica española; es mucho más: ¡es la plastificación del éxtasis ; es la plastificación asombrosa del paso de Dios por un alma! ».[...] Este expresionismo, tan patente en el poema escultórico de A. de Oteiza, pone en evidencia que desde la perspectiva del artista éste no sólo ha abandonado el esquema clásico de «atenerse a la naturaleza», sino que se ha colocado al polo opuesto. Se da en él un desplazamiento desde el objeto, al que durante siglos se ha que– rido reproducir en su belleza ideal, a la emoción del artista que se transparente en su creación estética. La naturaleza exterior deja en estas creaciones de mostrar sus tipos para dar paso a la expe– riencia del artista, quien para nada se preocupa de embellecer la naturaleza en formas plásticas, sino tan sólo de expresar sus más profundas emociones , de tal suerte que la realidad representada viene a ser un reflejo de las inspiraciones subjetivas. Con esto he de subrayar: que es el gesto el elemento artístico preferido por los expresionistas para exponer sus estados emotivos. Así acaece en este poema escultórico franciscano. Se ha proclamado reiteradamente que la expresión es un fe– nómeno cósmico. Toda realidad , en efecto, conlleva elementos de expresividad . Especialmente esto hay que decirlo del cuerpo hu– mano. Unos ojos brillantes, una mirada incisiva pueden transpa– rentar la intimidad de una conciencia. [E. Rivera de Ventosa, Antonio de Oteiza: Francisco de Asís, nueva imagen.] También el artista es capaz -como el mítico- de pe– netrar la intimidad de la conciencia y expresarla en obra en plano más profundo y abismático. Este brevísimo conjunto de textos no es más que ligeros chispazos, pequeños regueros de luz, santo y seña de una crea– ción continua, muestra simbólica de esa vivificación constante que su pensamiento e ingente investigación exigen al cristia– nismo, encarnación en la temporalidad histórica del Espíritu. Comunión y paz, diálogo y concordia, libertad y firmeza de pensamiento y convicciones es cuanto alienta y gobierna toda su obra. 3. Conclusión Nada mejor para concluir este editorial que sus comentarios a la bellísima y simbólica imagen de Murillo de María de Na– zaret. Toda ella expresa ese tesón del caminante, del ser his– tórico que peregrina desde el abismo hacia lo de arriba, pero a través de realizar con perfección, franciscanamente, las tareas cotidianas, el trabajo. La contemplación del Espíritu muestra el ápice del alma, por una parte, y por otra deja que las manos atiendan a los cuidados humanos. Imagen bella, pletórica de realidad y símbolo. He aquí su texto: En esta visión celeste, el genio de Murillo presenta a María como raudal de gracia, en que cielo y tierra se dan la mano . Ingenua– mente puedo y debo confesar que , en esta mística figura, he vis– to representadas mis mejores metas como pensador cristiano: en realidad y en símbolo. Ortega, en plena madurez de su pensar, afirma que «unir es– tas dos dimensiones, la temporal y la eterna, tiene que ser la gran tarea filosófica de la actual generación». Tal unión está a la vista en María. La imagen hace patente que se atiene a la tarea cotidiana que le impone su cestita de labores, si bien amenizada por la flor del tarro sobre la mesa. Al mismo tiempo, está atenta a la voz de lo eterno, mirada en alto, en vigilante escucha. Zubiri ha escindido la realidad metafísica de la religación en este concepto bimembre: donación-entrega. Donación, por parte de Dios. Entrega , como respuesta del hombre. Dicho concepto bi– membre alcanza una de las altas cumbres de la metafísica cristiana de todos los tiempos. En María se hace sensible la dualidad de esta religación. Inserta en Dios, todas las cosas grandes en ella reali– zadas, las confiesa donación suya. La entrega la hace ella al decir: He aquí la esclava... Heidegger, en uno de sus momentos de máxima lucidez, per– cibe que en lo más hondo del saber humano se verifica esta rela– ción lingüística: Das Wort ist die Antwort-traducido en perífrasis: «toda palabra auténtica es ya siempre una respuesta»-. Este len– guaje lo hablarían preferentemente el pensador y el poeta. En mis estudios he añadido que aun más y mejor lo ha hablado el profeta. 122/123 ANTHROPOS/15

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