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SELECCIÓN Y RESEÑA Desde los tiempos de Loisy, los estu– dios de las religiones mistéricas se han multiplicado de forma impresionante. Hoy en día el modelo de «muerte y resu– rrección» de los dioses mistéricos y la insistencia en las promesas de inmortali– dad del neófito se cuestionan por parte de los historiadores de las religiones (por ejemplo por el suizo W. Burkert o por el americano J.Z. Smith, quienes arguyen que es más bien el cristianismo el que ofrece el modelo interpretativo de los misterios). Pero también es verdad que ya en Loisy aparece esta insistencia muy suavizada y que, como buen historiador, su investigación no hacía hincapié tan sólo en las ventajas transmundanas del ritual mistérico, sino también en las in– mediatas, en las cismundanas: la Iglesia no sólo persigue la unión del hombre con Dios, sino también la unión de los hombres en Dios. Esta dimensión socio– lógica de la religión, ese su carácter de arma contra la «anomia», acerca el pen– samiento de Loisy al de los sociólogos franceses que le fueron contemporáneos (Guyau, Durkheim, etc.), de los que, sin embargo, su confesionalidad lo mantuvo siempre alejado. Lo que no resuelve Loisy es por qué razón en un momento dado la «anomia» y la ansiedad se generan y se generalizan en el mundo helenístico, por qué las reli– giones nacionales se desgastan y pierden su poder de unión. Si es cierto, como él dice, que es la preocupación del hombre por el más allá y por la trascendencia, ¿por qué no es hasta ese momento que aparece esa necesidad? El paso del mun– do cerrado de las ciudades greco-roma– nas al cosmopolitanismo de la antigüe– dad tardía quedan por esclarecer. Esta la– guna, de todos modos, no desmerece el rigor ni entorpece la agradable lectura de esta apasionada investigación sobre los orígenes de la religiosidad cristiana. Ramon Sarró Maluquer PALENQUE, Marta El poeta y el burgués (Poesía y público 1850-1900) Sevilla, Alfar, 1990 Uno de los períodos de la literatura espa– ñola estudiado en sus individualidades pero no en su globalidad con el sufi– ciente rigor es la segunda mitad del si– glo XIX. Habiéndose estado barajando términos como romanticismo ecléctico para el período comprendido entre los años cuarenta y sesenta (E. Allison Peers) y postromanticismo para autores como Rosalía de Castro y Gustavo Adol– fo Bécquer, pocos estudiosos de la litera– tura se han atrevido como Marta Palen- que a hablar de poesía realista en la se– gunda mitad del siglo XIX. Durante la denominada era del realis– mo, en la que cobra auge la novela frente a la poesía, surge un intento de adecua– ción a la época que se define a sí mismo como reacción a la estética romántica, aunque pervivan ciertos rasgos de ésta tanto en los versos como en la sensibili– dad del poeta y del público realistas. Si– guiendo la definición que ofrece René Wellek de realismo, afirma Marta Palen– que que los poetas de este período «hui– rán de los ensueños y vaguedades de procedencia romántica, de sus narracio– nes legendarias y de lo estrictamente personal para acercarse a la sociedad, al individuo como miembro de ella, a lo cercano». La poesía que deviene sabrá reflejar, sobre todo después de la Revo– lución del 68, «no sólo la aceptación de unos tiempos nuevos, acordes con el mundo de la ciencia y filosofía europeas, sino que también mostrará el desconcier– to de aquellos que ven con desconfianza el progreso». Después de 1880, el ya en auge naturalismo y el creciente moder– nismo van a ser un peligro contra el or– den burgués y su poesía realista. Mientras que la reacción del realismo poético al universo romá~tico se ordena en tres posturas: vuelta al clasicismo, mantenimiento de formas y motivos ro– mánticos, y creación de formas nuevas que se adecuen a nuevos temas, mantie– ne Marta Palenque la siguiente clasifi– cación de las tendencias poéticas del realismo en poesía: becqueriana y senti– mental, conceptual (Ramón Campoa– mor), civil (Tassara y Núñez de Arce), horaciana y erudita (Menéndez y Pelayo, Juan Valera, Rodríguez Marín), de per– vivencia romántica anacrónica (Zorri– lla), ecléctica (José de Velilla) y de salón (Antonio Fernández Grilo). Observa también esta profesora de la Universidad sevillana la importancia creciente del lector en la poesía realista. Si el romanticismo consideraba al lector como pasivo, dada la pretendida supe– rioridad del poeta, el realismo llama a consideración un tipo de lector que sea activo. Desde el lector teórico o ideal que en la mente del poeta habrá de ser capaz de captar lo sublime de su poesía, se pasa en los poemas a su transforma– ción en lector implícito con gran afluen– cia en el uso de deícticos, vocativos e in– terrogaciones retóricas que no son tales al esperarse en verdad una respuesta por parte del lector. Finalmente, el lector real va a ser el verdadero factor en el éxito o fracaso de una obra. Llamándose también a colación a la mujer como lectora, estudia Marta Pa– lenque el modo en que influye el elemen– to femenino en su consideración por par- 122/123 ANTHROPOS/163 te de los poetas. Tanto como eje de salo– nes y tertulias, en el caso de damas aris– tócratas o de elite burguesa, como la im– portancia de la mujer que, educada con– venientemente, habrá de influir tanto en los hijos como en el esposo, algunos lle– gan a confiar en ellas como sujetos de re– generación del arte. Se trata de un interesante estudio que analiza gran cantidad de documentos en– tre los que se destacan la mayor parte de las preceptivas del período, así como, por ejemplo, las polémicas sobre el pa– pel de la poesía en el momento entre Juan Valera y Ramón Campoamor o la que tuvo lugar entre Núñez de Arce y Leopoldo Alas Clarín. Un libro a tener en cuenta. UMBRAL, Francisco Leyenda del César Visionario Seix-Barral, Barcelona, 1990 La memoria cruel Francisco Umbral ha novelizado última– mente -recuérdese Y Tierno Galván as– cendió a los cielos (1990)- la más re– ciente crónica histórica de España, a tra– vés de un relato plagado de sarcásticas y ocurrentes referencias, deformado pano– rama de un pasado que atañe de modo decisivo a nuestra contemporaneidad.. En esta línea se publica Leyenda del César Visionario, en clara fabulada a la mitifi– cación que de la figura de Franco se pro– duce desde las más diversas órbitas ad– yacentes al sumo poder del Estado. Um– bral se centra, de modo más concreto, en los círculos intelectuales presuntamente contestatarios desde el mismo sistema que pretenden criticar o, según el caso, objetivar, denunciando así el colabora– cionismo irónico de una elite cultural de confusos propósitos y desleídas rebel– días. Entre figuraciones --que no perso– najes, ni mucho menos protagonistas– que van desde Dionisio Ridruejo a Agustín de Foxá, pasando por Gonzalo Torrente Ballester, Eugenio d'Ors, Luis Rosales, Eugenio Montes, Sáinz Rodrí– guez, Tovaí o Pedro Laín Entralgo entre otros, asistimos a la ficticia cotidianidad de mordaces tertulias y afilados comen– tarios, siempre bajo el prisma caleidos– cópico del sangrante sarcasmo y, en oca– siones, la fácil hilaridad. En un tono deliberadamente fabulesco se desarrolla una narración de ataque di– recto a la conciencia falsamente crítica, según Umbral, de los «laínes», caracteri– zación conformada así por algunos de los nombres aquí enumerados, trazando una singular estilización de la maledi– cencia, a partir de la presunta «liberali– dad» del grupo. Ciertamente, los libera-

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