BCCCAP00000000000000000000451

162/ANTHROPOS 122/123 cuencia de la comunicación, de hacer participar y poner al servicio de los de– más toda preeminencia individual y todo don personal. La naturaleza de las riquezas está ca– racterizada, según los Padres, por las si– guientes notas: ajenas al hombre, ini– cuas, instrumentales, bienes útiles y esencialmente difusivas. Ajenas al hom– bre, ya que son exteriores físicamente a su cuerpo y no nacen con él ni se las pue– de llevar consigo a la muerte. Inicuas, porque pertenecen en parte a los despo– seídos. Instrumentales, no fines en sí, de las que nos debemos servir en relación al fín y, por tanto, como algo no principal, sino~ubordinado. Bienes útiles, es decir, destinados al uso y servicio de los hom– bres, pero no de modo exclusivo al de al– gunos en particular, sino al de todos en general. Esencialmente difusivas, o sea creadas no para retenerlas y acumular– las -monopolizarlas en exposición moderna-, sino para difundirlas y dis– tribuirlas y que sean fecundas y su be– neficio llegue a todos los hombres. En armonía con esta naturaleza, el fin de las riquezas según los Padres, es que sirvan para la utilidad común de todos los hombres. LOISY, Alfred Los misterios paganos y el misterio cristiano Barcelona, Paidós, 1990, 252 pp., Paidós Orientalia, 26 La historia de las religiones, esto es, el estudio no teológico del fenómeno reli– gioso, es un propósito académico relati– vamente joven. Las primeras universida– des europeas que ofrecieron una licen– ciatura en «Estudios Religiosos» de carácter no confesional fueron las holan– desas en 1877. El francés A. Loisy (1857-1940), un sacerdote católico y exégeta particularmente crítico que fue excomulgado en 1908 (fue uno de los principales protagonistas de la llamada «crisis modernista» de la Iglesia Católi– ca) encama lo difícil que fue aunar la historia de las religiones con la teología, la Academia con la Iglesia. No deja de ser significativo que tan solo un año des– pués de su excomunión, Loisy accediera a la cátedra de Historia de las Religiones del College de France. Aunque el propio Loisy reconocía que el estudio comparado de las religiones estaba aún en una fase muy tierna y caó– tica, lo cierto es que su obra -y particu– larmente la que ahora Paidós ofrece al lector castellano, publicada en 1919- constituye uno de los intentos más serios y más rigurosos por conocer los orígenes de cristianismo basándonos en los textos y conocimientos históricos a que tene– mos acceso. Loisy es un hombre audaz, pero cuya honestidad y rigor fueron re– conocidos incluso por los teólogos a quienes sus conclusiones desagradaban. Frente a cuestiones delicadas como la primacía de Jesús o la de Pablo o los contactos entre cristianismo y helenis– mo, Loisy no vacila en afirmar que fue el helenismo quien ofreció las condiciones de posibilidad para que el cristianismo (esto es, experiencia religiosa de ese hombre que fue Pablo y su comprensión de la vida de Jesús) pudiera hacer mella y finalmente triunfar en el mundo greco– romano. Esta postura le causó en sus días serios problemas. La primacía de Pablo y la influencia del helenismo en– traban en plena contradicción con las opiniones teológicas e históricas más respetables (y muy especialmente con las sostenidas por el protestante liberal A. von Hamack en su Esencia del Cris– tianismo, de 1900). Contra la teología del protestantismo liberal, que conside– raba a Jesús como un ideal de perfecta humanidad, Loisy afirma no ver en él sino a «un hombre de su tiempo y de su país, hijo de su pueblo», cuyo mensaje no trascendió los límites nacionales del judaísmo pero que «contribuyó a una obra más amplia y menos imaginaria que la que él había soñado. Murió por un rei– no de Dios que jamás llegó ni llegará, y de su tumba pudo nacer la Iglesia Cris– tiana» (p. 155). Los misterios paganos y el misterio cristiano se abre con una distinción de cabal importancia: la que se daba en el mundo romano entre las religiones na– cionales y las religiones mistéricas. La religión nacional es la religión a la que se pertenece por nacimiento, es la reli– gión de la ciudad. Su culto es el sacrifi– cio, en cuya participación se consolidan todos los valores comunitarios y se deci– de el buen rumbo de las relaciones de la comunidad con las divinidades. Estas re– ligiones (al decir del autor) no atendían las necesidades individuales. Ni la rela– ción personal con la transcendencia, ni las preocupaciones acerca del más allá que los individuos pudieran tener queda– ban satisfechas. Y éste es precisamente el hueco que vienen a llenar los cultos de procedencia oriental que conocemos bajo el nombre de «religiones mistéri– cas». Si a las religiones nacionales se pertenecía por nacimiento, a estos cultos se ingresaba por iniciación o por conver– sión. En estas religiones eran las inquie– tudes del individuo, su angustia frente a la muerte, su soledad lo que pasaba a un primer plano. En los rituales de inicia– ción y de participación le era revelado al neófito el misterio de la vida y de la muerte, le era prometida, asegura Loisy, SELECCIÓN Y RESEÑA la inmortalidad, la bienaventuranza en el más allá y cobraba fuerzas para enfren– tarse a las contradicciones que le depara la frágil existencia terrena. Los dioses mistéricos eran todos dioses que morían y renacían, y sus ritos, ya fueran los de Dionisia, los de Isis y Osiris, los de Ci– beles y Atis o los de Mitra (éstos son los que analiza con erudición nuestro autor), giraban en tomo a ese misterio. A este crisol de religiosidad vino a su– marse el cristianismo, religión de miste– rio donde las haya. Pero Jesús, decía– mos, no trascendió nunca la esfera de lo nacional. Fue más bien Pablo quien supo adaptar sus enseñanzas (y sobre todo su vida, su muerte, su resurrección) al mun– do de los gentiles, a los ciudadanos del mundo que habitaban a lo largo de la cuenca del Mediterráneo, y lo hizo expli– cando la tragedia de Jesucristo en el len– guaje de los misterios, tan inteligible al mundo helenístico. La insistencia pauli– na en el carácter mistérico de la pasión de Cristo y en la salvación de todos los indi– viduos por Cristo (y no sólo de los ju– díos) permitió que el cristianismo se mezclara con todas las demás religiones mistéricas y que terminara por combatir– las, pero ¿cómo? Ante todo hay que reconocer un dato histórico innegable: así como las demás religiones mistéricas no pretendían ex– clusividad alguna (y de hecho muchos se iniciaban en varias de ellas) el cristianis– mo se presentó tajantemente como la única verdadera y acusó a todas las de– más de ser celebraciones demoníacas. Pero junto a este aspecto de negatividad, Loisy busca también lo afirmativo, lo que daba solidez al discurso paulino. El cristianismo que ofrecía Pablo no era más que una religión mistérica (con sus ritos de iniciación en el bautismo y de participación en la eucaristía) en la que el individuo se salvaba mediante una in– corporación en Cristo (en el cuerpo espi– ritual de Cristo, esto es, en la Iglesia). Ahora bien, presentaba unas singularida– des que la desmarcaban muy notable– mente: su monoteísmo y su idea de Cris– to. Frente a los misterios paganos, que sustentaban sus ritos en mitos o narra– ciones más o menos verosímiles pero sin duda fantásticas , el cristianismo se pre– sentó con una historia humana, muy hu– mana, de un hombre que nació y murió hacía muy poco, que creía en el Dios de Israel, un Dios que contaba con todo el espesor de la historia del pueblo judío para presentarse como verosímil, como mucho más real. El cristianismo de Pa– blo, en definitiva, presentaba visos de realidad, visos que, junto a un mensaje moral accesible a todos por su sencillez, y junto al desprecio ante las otras religio– nes, asentaron un sólido camino.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz