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156/ANTHROPOS 122/123 Él no sabría esconderse a la mirada de un niño. Al fin, una cumplida semblanza del muchacho de Nazaret, en su marco natu– ral, cultural y humano, una figura que impresiona por el potente vigor de su «espíritu». No lleva fuera del mundo, orienta hacia su interior. La lectura del libro es agradable por su sencilla belleza literaria, e interesante por la profundidad a la que deja asoma– do. Las ilustraciones de Pepi Sánchez, esposa del autor, son bellas y sugerentes. La portada procede de una vidriera de Teizé. Ángel González Núñez PADORNO, Manuel El hombre que llega al exterior (1987-1988) Valencia, Pre-Textos, 1990, 93 pp., Poesía, 120 Afortunadamente la lectura de este libro hace pensar que en él hay, y parafrasean– do al autor, una manera figurativa mítica de escribir «Nunca pensé que alguien / pudiera trabajar en un paisaje/ tan hon– do, tan constante». El poemario consta de tres partes: «Buscando la gasolinera del Sur», «En el interior de la Casa Euro– pea» y «Trabajos en el exterior». En la primera, la sensación de viaje constante entre paisajes urbanos y lugares paradi– síacos, que tienen que ver con el paisaje Canario, nos muestra en un lenguaje di– recto y descriptivo, la tragedia del viajero cuya ética es el sueño y la paradoja «Pa– rece un buscador de oro / al fondo de la vaguada. Lo es / Tiene toda la traza. Échenlo / échenlo, nos pierde». Muy acertada dentro de esta sensación de hombre viajero es la constante de la efe– meridad, de la sorpresa, del hombre que se sorprende incluso de su propio cansan– cio, el poema «por Dentro» es un perfec– to trabajo de creación que para mi gusto denota toda la trayectoria de ese viajero, al menos Padorno habla de lo que conoce y no se limita a extrapolar sensaciones con el brillo de un lenguaje arcaico, su acierto está en la palabra y en cómo pone esa palabra en el texto, el lector toma contacto enseguida con su discurso por– que no merodea, llega directo. La segun– da parte son poemas en prosa, o descrip– ciones de pasajes que coinciden con la ética de la que hablaba antes, la ética del soñador, la estructura narrativa no hace que el poema decaiga sino que lo refuer– za, un hombre se puede preguntar mu– chas cosas y no encontrar nunca respues– tas, sólo de vez en cuando algo le ilumina el interior y parece que se acerca a la ver– dad, bien la verdad está permanentemen- te puesta en estos trabajos de creación y las notas cuando has leído el texto entero, de pronto sale en una frase, en una pala– bra, en una contradicción, la verdad de una pierna femenina, de la poesía, del ali– mento, del tiempo... «Verdad y amor es real. La verdad es una cosa reciente del hombre; la verdad conocida. La verdad es una ley humana, una entelequia civil. Sólo el amor es guía. Nada sé afortunada– mente. Yo nada sé. Palpo. Veo. Entro en el mar. Cae la luz. Entro. Entro por esta puerta al territorio del amor. Aquí», acer– tadísima la fragmentariedad cuyo hilo conductor es lo eterno. La tercera parte retoma el hilo de la primera, el viajero perplejo sigue su periplo entre gasoline– ras y pueblos del sur, busca algo, y es lo que ha definido en la segunda parte, bus– ca la verdad. Quizás en esta tercera parte sea más evidente esa búsqueda, el poeta quiere ver «lo que no se ve» y para ello hay que explorar en la memoria, jugar con ella, y Padorno hace que se comparta esa búsqueda retratando el mar, su insu– laridad es también la memoria, ¿Cómo puede un hombre estar siempre buscando algo?, la poesía ¿hace que lo encuentre? Padomo encuentra a la mujer, a ese otro hombre que como él mismo dice «llega del exterior» un viaje del interior al exte– rior, la mujer es el amor, y el amor, la verdad, aun así siempre está solo. VILAS, Manuel Osario de los tristes Concha García Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 1988, 130 pp., La gruta de las palabras, 9 Manuel Vilas (Barbastro, 1962) es unjo– ven poeta y profesor de Crítica Literaria. Es autor del libro de poemas El sauce (Zaragoza, 1982). Concluyó hace meses el que será su tercer libro de poemas, ti– tulado Los limbos, y está escribiendo un ensayo autobiográfico. Cultiva además la crítica literaria en periódicos y revis– tas. Nos ocupamos aquí de su poemario Osario de los tristes que resultó finalista el pasado Premio de la Crítica otorgado a Francisco Bejarano por Las tardes. En Osario de los tristes Vilas nos descubre los elementos centrales de su mundo poético. No se puede dudar de su soli– dez, de sus elementos clásicos y tópicos, de su influencia de Antonio Colinas, pre– sentada tal vez por la armonía órfica que caracteriza comúnmente al poeta de La Bañeza. No compartimos la afirmación de An– tonio Pérez Lasheras, cuando indica en alguna de sus críticas que Manuel Vilas es un poeta simbólico, y mucho menos la SELECCIÓN Y RESEÑA utilización y la comparación -para en– tender el simbolismo literario- con Lorca o Baudelaire. El símbolo de un yo muerto, enterrado, y el yo que es otro, no cabe duda que son símbolos poéticos, pero en absoluto recalcables en una poé– tica simbólica al estilo de Baudelaire, por ejemplo. Habría que indicar, y eso es evidente, que Vilas ha seguido el camino ó1fico de Noche más allá de la noche, que está empapado por la influencia de poetas novísimos del setenta que pro– siguen su línea actual en formas meta– físicas como es el caso de Jaime Siles (v. Canon y Música de agua), y que ade– más, mantiene constante --en algunos de sus poemas- un claro corte venecia– no (v. «Metáforas del vil lamento», «Himno a Juan Sebastián Bach», etc.) Tampoco debemos olvidar que, a veces, Vtlas pretende rescatar elementos de una arqueología literaria, algo así ocurrió en la poesía española de fines del setenta y años ochenta con poetas como César Antonio Molina y Llamazares. Desde luego nunca consideraremos a Vilas poeta simbólico, pues aunque sus versos son seguros y bien construidos, presenta una indecisión en su camino poético a seguir. Nos explicamos. Osa– rio de los tristes es un poemario extenso, muy extenso. De difícil lectura en algu– nos momentos, de distintas tendencias y en sí, falto de personalidad poética por parte del autor. No cabe duda -y no es menospreciar la obra que a nuestro modo de ver, y comparando con las obras que llegaron a la final del Premio de la Crítica, era Vilas quién merecía el galardón- que el poemario es rico y ta– lentoso. Sus cuatro primeros poemas nos introducen en lo que será la obra, en lo que será el mundo y aparte de los larguí– simos versos (salvo excepciones) que obligan a Vilas a un ritmo lento y fúne– bre. Estos cuatro poemas «el joven poe– ta», «La soledad», «Homenaje» y «La mansión de los héroes», sí mantienen personalidad singular, tal vez por que no se encuentran enmarcados en ningún ca– pítulo y retratan a Vilas como es, con las manos por delante, es el autor aquí un poeta sincero, un poeta del recuerdo per– dido y melancólico al que desea volver, pero el recuerdo es una imagen perdida, lo real ha pasado, la belleza ha muerto, tan sólo soledad y deseo de recuperar lo perdido. Todo eso manteniendo el espí– ritu fuerte y dándose cuenta de las cir– cunstancias concretas y de todo cuanto ha perdido. En resumen, es esto lo que Vilas pre– tende demostramos en su poemario, algo que hubiera o ha conseguido exclusiva– mente en los cuatro primeros poemas. Javier Sánchez Menéndez

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