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144/ANTHROPOS 122/123 gen del pensamiento americanista. Caso llamativo es la monografía sobre Laín Entralgo. Magnífica la primera parte para una historia del pensamiento espa– ñol contemporáneo, no entra dentro de una perspectiva americana. Por lo que toca a P. Sáinz Rodríguez sus ideas ame– ricanistas son puestas de relieve. Pero no se comprende que en su monografía se silencie el tema cultural que más le ab– sorbió después de dejar de ser Ministro de Franco: la historia de la espiritualidad española; y, más en concreto, de la místi– ca. En la exposición de la teoría naciona– lista de Giménez Caballero prima lo anecdótico sobre la alta temática. Super– cance con López Bravo hubiera sido me– jor silenciarlo. Hay virulencias que ni se piensan, ni se escriben (1, p. 43). La de Laín es la monografía más com– pleta y penetrante. De su primera parte -muy digna de otro lugar- place su– brayar dos momentos. En el primero, Laín propone la triple vía del mutuo acer– camiento humano: la comprensión de los motivos del otro; la asunción de cuanto valioso haya en el entorno; y el tema de la salvación, enraizado en un profundo sentido religioso. En el segundo momen– to Laín proclama con decisión que aun– que no nos falten sabios -ayer, Lulio, Suárez, Vitoria; hoy, Cajal, Ortega, Zubi– ri, Ochoa- «el peso de la balanza se in– clina hacia los fundadores, misioneros, ascetas, místicos, héroes, escritores y ar– tistas» (p. 254). Sentencia que nos enseña a valorar lo mucho que tenemos y a tra– bajar en adquirir lo mucho que nos falta. En el pensar americanista de Laín son de notar sus esperanzas sobre el porvenir de Hispanoamérica. Advierte que la len– gua va ganando en calidad y unidad como instrumento de intercomunicación. Respecto de la religión se muestra opti– mista ante el fortalecimiento del catoli– cismo por sus resistencia a las sectas pro– testantes. Igualmente se siente optimista ante la comunidad hispánica de naciones, capaces de resistir a los imperialismos que las amenazan. Cara al Quinto Cente– nario Laín lo previó de lejos. Ya en 1939, para crear un ambiente de acercamiento y comprensión, planea Revista de las Es– pañas. Si de inmediato no le fue posible publicarla, de este intento surgieron otras dos: Escorial y Cuadernos Hispanoame– ricanos. Efímera la primera, si bien pre– clara en su programa e intención, la se– gunda ha sido, durante largos años un exponente máximo del pensamiento his– pano sobre Hispanoamérica. La mención de esta revista evoca el recuerdo de otras, muy meritorias por sus numerosos estudios sobre Hispano– américa, tanto históricos como doctrina– les, pero lamentablemente silenciadas: Archivo Iberoamericano, Missiobalis, INFORMES Y BIBLIOGRAFÍA TEMÁTICA Illuminare, etc. Ellas traen a la memoria nombres clericales muy meritorios del hispanismo: C. Bayle, P. Leturia, F. de Lejarza, L. Gómez Canedo, etc. Este silencio evoca otros todavía menos comprensibles. Nos referirnos al Corpus Hispanorum de Pace. Se podrían discutir -lo hemos hecho en más de una oca– sión- algunas opiniones de L. Pereña y de su equipo de colaboradores. Pero pasará a la historia la inmensa aportación que es– tán dando al conocimiento doctrinal ameri– cano. Antes y al mismo tiempo que este equipo los PP. Dominicos de San Esteban de Salamanca continúan la obra de Vitoria y Soto. Para recordar A Getino, V. CatTO, T. Urdánoz, M.A. Rodríguez Cruz, etc. No parece tampoco suficiente la breve referencia a la mentalidad que encarna la obra de R. de Maeztu, Defensa de la His– panidad. El Card. Gomá, en el Congreso Eucarístico de Buenos Aires, 1934, la comentó triunfalmente en el teatro Co– lón. Más tarde se le ha reprochado ha– berse declarado por un imperialismo his– pano y por un sentido paternalista. Al margen de lo fundado de esta crítica, na– die negará que proclama las dos máxi– mas verdades que España legó a sus hi– jas americanas -hoy ya hermanas-: primera, que todos , contra la tesis racis– ta, somos descendientes de una única pa– reja humana; segunda, que todos igual– mente estamos llamados a ser salvos en Cristo, contra el predestinacionismo calvinista. Anotemos que en los días del máximo ascenso del racismo alemán, R. de Maeztu proclamaba que el proto– plasma con su herencia es algo totalmen– te accesorio a la vida del espíritu. Y que en Trento los teólogos españoles defen– dieron la gran verdad de que todos pode– mos ser salvos en Cristo. La actualidad, en lo humano y en lo religioso de estas dos tesis, la hemos sentido muy al vio en el apartheid de Sudáfrica. Claro su racis– mo, es un hecho histórico que los boers son descendientes de Holanda imbuidos en la más pura ortodoxia calvinista. Me remito aquí a un breve estudio, por mí publicado en México, Revista de Filoso– fía, 17 (1984), 465-490: «Máxima apor– tación del pensamiento hispano a la cul– tura: El "sentido universalista"». Volve– remos de nuevo sobre los silencios. De ello deduciremos la urgencia de comple– tar y potenciar esta obra prometedora. El segundo volumen expone el pensa– miento de los intelectuales emigrados a Hispanoamérica. Máxima importancia obtienen los de México. Se explica por– que esta nación acogió con máxima be– nevolencia al grupo más numeroso. Esta acogida posibilita la creación de la Casa de España en 1938, la cual da paso en 1940 a El Colegio de México. Estas ins– tituciones facilitaron, además de nota- bles aportaciones culturales, una convi– vencia ejemplar entre los intelectuales españoles y mejicanos. También se nos hace ver cómo los exiliados intervienen en la UNAM (Universidad Nacional Au– tónoma de México) en los más diversos campos: historia, lingüística, filología clá– sica, antropología, historia del arte, etc. A dos nombres se les da máximo relieve: J. Gaos y P. Bosch Gimpera. Les acompa– ña algo en penumbra María Zambrano, de la que se recuerdan sus 45 años de exilio. Este hecho y otros similares motiva el que J. Gaos creara el neologismo de «transte– rrados». Con él quiso significar que no era España la que conquistaba América sino que era América la que conquistaba pre– claras mentes hispánicas. Estas mentes no han perdido su tierra «desterrados». Tan sólo la han cambiado, «transterrados». Es muy de ponderar la concepción que tiene J. Gaos de la decadencia española. Le parece más bien disidencia con los va– lores vigentes en la modernidad: ciencia experimental, progreso técnico, poderío industrial, etc. España es disidente por cultivar de modo preferente valores espiri– tuales y culturales. Como Unamuno ve en el Quijote la puerta franca para penetrar en la identidad hispánica. Ante este clima mental apena el desenfado de Gaos al de– clarar que «España es el último país hispa– noamericano que queda por independizar de esa España católica, monárquica, dicta– torial e imperial» (11, p. 70). Al margen del aspecto político que entraña la fórmula, es un contraste que se haga esta declaración en México, la nación más constante en de– fender su catolicismo. Redacta la monografía de P. Bosch Gimpera su propio hijo, saturada de calor humano. Se ha dicho del hombre intelec– tual que es «una caña que piensa». Pode– mos refutar este histórico dicho con la en– trañable relación padre-hijo que leemos en estas páginas. Nos introducen en el misterio familiar cuando el hijo recuerda la última noche, 8 de octubre de 1984, que dialoga con su padre. Como dechado filial acotamos esta línea: «Aquella noche quedó como la noche más íntima y com– pleta que jamás hijo y padre vivieron juntos, envueltos en un entendimiento de cada uno por el otro y a la vez unidos por el sufrir de cada uno a su manera» (11, p. 214). Desde nuestros problemas autonómicos actuales es para recordar esta otra frase del hijo, en la que, después de atestiguar la lucha de ambos por la liber– tad y personalidad, escribe: «Concluíamos que, por ser mejores catalanes, podíamos ser mejores castellanos y españoles, y ahora mejores mexicanos» (11, p. 213). También son comentados E. Nicol, Gallegos Rocafull y otros más. Para su conocimiento nos remitimos, por exi– gencias obvias, a la misma obra.

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