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138/ANTHROPOS 122/123 blo en un momento en el que el Rey, en quien el pueblo delegó su mandato, se hallaba imposibilitado de ejercerlo. Esto vale lo mismo para el Cabildo de Buenos Aires que para el de Santiago de Chile, Bogotá o Caracas. Será difícil poder exa– gerar la importancia de esta idea en el desarrollo de los movimientos de eman– cipación en toda Hispanoamérica, salvo quizá en Nueva España, donde el movi– miento separatista no proviene de la cla– se dirigente ciudadana, sino más bien es un movimiento popular con cierto carác– ter primitivista y de revancha del campo sobre la ciudad. Nos parece hallar en Viscardo una confirmación de cuanto venimos dicien– do. Muy luego subrayaremos otros as– pectos importantes de su Carta. Ahora nos parece muy aleccionador mentar su alegato contra los mandatarios del go– bierno absolutista de España. Advierte Viscardo la suma atención que prestaban los españoles a las instituciones que mantenían el ejercicio de la autoridad real dentro de las leyes. Deber primario de los representantes de las Cortes era vigilar la acción real, como depositarios y guardianes de la confianza del pueblo. Recuerda en este momento Viscardo la institución clásica del Justicia de Ara– gón, quien en la ceremonia de la corona– ción del Rey, le dirigía estas palabras: Nos que valemos cuanto Vos, os hacemos nuestro Rey y Señor, con tal que guardéis nuestros fueros y libertades y si no, no. 33 Con esto hemos dado una perspectiva inicial del populismo hispánico, remitién– donos de nuevo a los autores que lo están ahora esclareciendo. Quiero, con todo, antes de concluir esta sección, aludir otra vez a la tesis de E. Nícol, propuesta al ini– ciar este estudio. Según esta tesis, no hay en Hispanoamérica un ideario político precursor de los acontecimientos, sino que son más bien éstos los que, al filo de su desan-ollo, hacen fraguar determinadas doctrinas políticas. Es posible que la tesis de E. Nícol se halle condicionada por el modo como surgió el movimiento inde– pendentista en Méjico. Ya indicamos poco ha que mientras en las naciones her– manas el movimiento secesionista surge de la capital y se irradia al campo, en Mé– jico sucede lo contrario. El separatismo es, ante todo, un movimiento social, naci– do de un secular resentimiento del campo indiano contra la ciudad progresiva y des– lumbrante. De aquí que este movimiento sea más pobre en ideas rectoras ético-po– líticas que otros países hispanos. Esto es muy de admirar por cuanto Méjico es el país hispano más próspero culturalmente en el siglo XVIII. Pese a este contraste, es cierto que tanto el cura Hidalgo, que ini- INFORMES Y BIBLIOGRAFÍA TEMÁTICA cia la subversión con el grito de «Dolo– res», como Morelos, que la sabe organi– zar, tienen más ímpetu y tesón revolucio– narios que ideas sobre los derechos y de– beres del pueblo. Vista la revolución desde estas mentes, parece tener razón E. Ni.col al afirmar que las ideas van sobre la marcha de los sucesos. Por todo ello hay que decir desde la historia de la cultura que si la anticipada emancipación supuso un retraso para el desarrollo de las respec– tivas naciones, sobre todo hay que decirlo de Méjico. Pero esto es tocar otro tema vi– drioso que no es posible afrontar en este momento. Contentémonos ahora con ha– ber visto en perspectiva panorámica la vi– gencia que tenían las corrientes primarias ético-políticas en la época de la emanci– pación. 4. Tres nombres significativos Los tres nombres a que hace referencia el epígrafe son Juan Pablo Viscardo y Guzmán, Simón Bolívar y Andrés Bello. Otros pudieran seleccionarse. Pero juzgo a los tres de tal altura histórica que pue– den servimos de altozano para divisar desde ellos el espíritu de la época. a) Juan Pablo Viscardo y Guzmán Nace Viscardo en 1748 y se halla de no– vicio jesuita cuando a sus 19 años tiene que interrumpir bruscamente su forma– ción el día 7 de septiembre de 1767, al ser ejecutada la Pragmática Sanción de Carlos III, por la que se expulsaba de los dominios hispánicos a todos los jesuitas. Tan cruel medida, sufrida en la edad más sensible a la justicia, permite hacernos cargo del alma indignada de Viscardo, amargada ulteriormente por los malos tratos que tuvieron que sufrir en su largo viaje hasta llegar a Italia y allí ser acogi– dos. A los 33 años, en 1781, dirige con su hermano, exiliado como él, una carta al cónsul inglés de Livorno, quien valoró su importancia y la hizo llegar al Foreign Office. Presentaba en ella al Gobierno británico un plan de ayuda a su patria pe– ruana, convulsionada por el levanta– miento anti.hispano de Tupac Amaru. La Revolución Francesa le incitó a fugarse de Italia a París en 1791. Allí compuso su Carta dirigida a los españoles ameri– canos por uno de sus compatriotas. 34 Traducida al francés y al inglés con ayu– da de Miranda, es publicada y divulgada por éste, haciendo de ella uno de los agentes más eficaces de la sublevación contra España. Sobre el contenido de la misma es muy de notar que centra en ella la contra– posición constante entre la obra de Espa– ña, llevada a cabo por los antepasados hispánicos, a quienes llama «nuestros», y la acción del Gobierno español en Amé– rica, proyectada siempre como sombra negra. Lo más significativo de esta pro– yección pesimista es que piensa que ha sido una constante de los reyes de España ahogar las instituciones que podían limi– tar su poder hasta irse apoderando de to– dos los resortes del mismo. Culmen de este absolutismo absorbente le parece la Pragmática Sanción de Carlos III, por la que destierra a los jesuitas «por motivos que se reserva en su real pecho». Si dejamos a un lado el resquemor que en el alma de Viscardo dejó la injus– ticia tan inhumana de Carlos III, aparece luciente esta idea central que termina– mos de exponer. Viscardo es un caso tí– pico de tantos hispanoamericanos que aman lo español como algo suyo y criti– can duramente el Gobierno hispánico en América. En un pasaje de la Carta , des– pués de referir los atropellos del Virrey Francisco de Toledo, sigue comentando: El Virrey, aquel monstruo sanguinario, pa– reció entonces el autor de todas las injusti– cias, pero desengañémonos acerca de los sen– timientos de la Corte, si creemos que ella no participaba de aquellos excesos; ella se ha de– leitado en nuestros días en renovarlos en toda la América, airnncándole un número mayor de hijos, sin procurar disfrazar siquiera su in– humai1idad. Pero al final de tan duro reproche hace esta intencionada salvedad: «Realmente, esta mancha no debe caer sino sobre el despotismo de su gobierno». No sobre España, comentamos nosotros, terminan– do el pensamiento de Viscardo. 35 Es, por lo tanto, dual la actitud de Vis– cardo contra lo español. Pondera al gran Colombo (sic), a los conquistadores que dieron a España el imperio del mundo bajo condiciones solemnemente estipu– ladas. Habla con estima y ponderación de los que él llama «nuestros mayores que nos prodigaron su sangre y sus sudo– res». Pero a esta declaración vinculante, tan honda y tan sentida, sigue una requi– sitoria virulenta a la ambición, avaricia y orgullo de los detentadores del poder hispano en América, que no tuvo ningu– no de los frenos que las instituciones me– dievales hispánicas pusieron a sus reyes. Al final de esta reflexión es ineludible aludir a la posible presencia de Suárez en la ideología del jesuita Viscardo. Contra lo que otros opinan, nuestra lec– tura ha sido incapaz de sentir tal presen– cia. Y juzgamos poco fundado deducir esta presencia de que Viscardo niega el absolutismo y defiende los derechos na– turales del pueblo a la libertad. En cierto momento de la Carta parece ineludible el que aludiera a Vitoria. Es cuando impugna el desenfrenado mono– polio hispánico. Por este monopolio, afir-
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