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EDITORIAL mera suspira por la paz extática, como el desterrado por la casa pa– terna. En la segunda declara que la busca con espíritu anhelante, como el que no halla sosiego. En la tercera afirma con expresión transparente que se retiró al monte Alvern ia amare quaerendi pa– cem. Bien podemos ver en estas tres matizaciones una descripción de la intimidad de su alma, la cual , sin proponérselo el Santo, se nos muestra como paradigma de la actitud que debe tener quien se dispone a emprender el Itinerario hacia Dios. De modo más directo revela la actitud del alma itinerante cuando le recuerda que tiene que ser, como Daniel, varón de deseos. Nadie, en efecto, está dispuesto para las contemplaciones divinas que llevan a los excesos mentales, si no imita en su actitud al profeta bíblico. De donde en el plano práctico concluye: " Propongo las si– guientes especulaciones a los prevenidos de la divina gracia, a los humildes y piadosos... a los amadores de la divi na sabiduría e in– flamados en su deseo». En este texto manifiesta el Santo doctor que no basta el deseo. Otros estados mentales deben también acompañar al alma itinerante. Pero, indudablemente, la actitud fun– damental que impele al alma al ascenso por este camino del es– píritu es el deseo. Tal importancia da San Buenaventura al deseo que en el mo– mento cumbre, al entrar el alma en el descanso místico, parece dar de mano a la obra de la inteligencia para ponerlo todo bajo el influjo del afecto en esta disyunción : desiderium, non intellectum. [Op. cit.] El Itinerarium constituye la expresión más viva del sen– tido franciscano de la vida. La paz, la quietud extática que sim– boliza y muestra con fecundidad mística la visión del serafín alado en el Monte Alvernia, culminación excedida de l a vi– vencia de Cristo crucificado, único camino del alma peregri– na que desea instalarse en l a casa del Padre. Allí reposa defi– nitivamente la exploración indagadora y ascensional del deseo. A E. Rivera, como pensador auténticamente cristiano, le in– teresa todo desde dentro, investigar el alma del otro, sus vi– vencias, para desde su interioridad e intimidad compartir su ex– periencia si es posible. Es lo que busca en l a obra de S. Bue– naventura . Dijimos en nuestro preámbulo que podíamos llegar a través de la obra del Santo hasta su intimidad. Que sus creaciones espirituales nos desvelarían su interior. Tal vez la creación máxima de su es– píritu sea la que terminamos de recordar: el haber señalado los eternos caminos de la sapientia christiana. San Buenaventura, ar– quitecto de caminos interiores, va dejando en cada uno de ellos, lo mejor de su vida íntima. [Op. cit.] San Buenaventura constituye, pues, para él una clara y fundamental referencia vital e intelectual. Otro de los temas de los que se ha ocupado con plenitud si empre en l a línea de creación de su proyecto es el que se re– fiere al tema de la persona y del amor. D e la finura con que aborda siempre estos temas es un buen ejemplo la siguiente cita de su trabajo Dos mentalidades en la idea del Bien según San Buenaventura. En la mentalidad de San Buenaventura se dan la mano uno y otro amor, el personal y el impersonal, aunqué es muy de advertir que en sus especulaciones teológicas declina al amor impersonal, mientras que en sus obras místicas traspira un ardiente amor per– sonal. Al final de dicho estudio hacíamos notar la necesidad de des- 12/ANTHROPOS 122/123 cender a las fuentes del pensamiento de San Buenaventura para resolver con hondura esta cuestión filosófico-teológica. El análisis de estas fuentes hace ver que cuando San Buenaventura razona desde el influjo del pensamiento griego, su pensamiento , cons– ciente o inconscientemente, declina a lo impersonal. Pero cuando razona apoyado en la palabra bíblica, su pensamiento adquiere en– tonces tonalidades inconfundiblemente personalistas. Es esto lo que quisiéramos hacer ve r en estudio respecto de la doble men– talidad, personal e impersonal, que nos parece presente en la idea de Bien, tal como pensada por San Buenaventura en su doble ver– tiente filosófica y teológica. [...] En esta elevada planicie metafísica en que nos hallamos hay que situar el famoso principio Bonum est diffusivum sui, tan pre– sente en toda la corriente neoplatónica, pero especialmente en el Corpus Dionysiacum. Sólo en esta planicie se la puede compren– der explicar y matizar. Comprender en cuanto proviene de la con– cepción platónica del Bien, que se da y se comunica. Explicar, por cuanto ha dado pie para que hasta el misterio más hondo del Cris– tianismo, el misterio trinitario, se le haya visto conexionado con este principio. Matizar, ya que el pensamiento teológico no ha podido aceptarlo en su pureza fontanal , sino que ha tenido que acoplarlo a las exigencias cristianas. Ahora bien ; nos parece que la principal corrección que se dio a este principio por los pensadores cristianos consistió en limpiarle su limo de panteísmo dinámico, esencial– mente impersonalista. San Agustín halla otra fórmula sencilla y su– blime para expresar la difusión del Bien: " Quia bonus est Deus su– mus». Aquí el Bien adquiere un sentido totalmente personal, ya que San Agustín lo contempla en Dios que se da y se comunica en la mañana de la creación. Tan personal es concebido aquí el Bien que se halla en Dios que éste entabla con su creatura, el hombre, un en– cantador diálogo desde primeras páginas bíblicas. Ahora tenemos que añadir que San Buenaventura retomó y retocó muy profundamente este principio: Bonum estdiffusivum sui. San Agustín sin conocerlo ,.se limita a exaltar la bondad de Dios to– talmente benévola, quien por pura liberalidad lo crea todo. Pero San Buenaventura, con piadoso atrevimiento, se vale de este prin– cipio en su intento de auscultar el misterio trinitario. [...] San Buenaventura cristianizó limpiamente el neoplatonismo de todo resabio panteísta y emanatista, pese a conservar fórmula del mismo. Duns Escoto no quiso aceptar este retoque del gran maestro de la escuela franciscana. El voluntarismo bíblico de Duns Escoto abre un derrotero íntegramente cristiano que llega hasta nuestros días en los que debería ser revalorizado. Al final de esta reflexión volvemos la mirada al camino reco– rrido. Nos parece haber dejado patente que San Buenaventura, en su interpretación de la idea de Bien, acusan una doble fuente : la bí– blica y la platónica. De ella hizo una síntesis que puede sernos, aún hoy, muy orientadora. Muy distanciado se halla de esta síntesis San– to Tomás. Y Duns Escoto, aunque más matizado, tampoco acepta la visión neoplatónica del Bonum est diffusivum sui. De seguro que no le pareció del todo conforme con su voluntarismo bíblico. Estas divergencias entre nuestros grandes doctores deben llevar la serenidad al espíritu, para abordar estos eternos temas, tan incitantes para un pensador cristiano, con el espíritu de ecuani– midad que ellos lo hicieron. Y aunque la respuesta última a estas altas cuestiones nos sea negada, el afrontarlas con mente alta y sentido de «piedad» puede sernos un nutritivo alimento para el es– píritu. De estos alimentos estamos bien necesitados entre el bullicio de hoy. [E. Rivera de Ventosa, Dos mentalidades en la idea del Bien según S. Buenaventura.] Bastan estas líneas para entender el profundo y preciso análisis que hace del problema y cómo busca abrir l a tradición a los problemas que hoy le preocupan.

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