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136/ANTHROPOS 122/123 Como partidario de este despotismo ilustrado recordamos un caso ejemplar de cínica ejecutoria. Me refiero a D. José Gálvez, quien en Méjico cumplió sin la menor humanidad la Pragmática San– ción de Carlos III sobre la expulsión de los jesuitas. Utiliza la fuerza bruta para aplastar a quienes los defienden y prote– gen hasta condenar a la pena capital a no– venta infelices que se oponen a tan inicua expulsión. Para refrendo de su des– potismo ilustrado prohibió hasta mur– murar de las decisiones del monarca. 19 Comprendemos que, ante exportación tan poco deseada de este despotismo, los americanos hayan reaccionado sensible– mente contra los mandatarios de la mis– ma. Es lo que deja traslucir en todas sus páginas la famosa carta de Juan Pablo Viscardo. Joven jesuita, deportado a Ita– lia, huye de allí a París, donde escribe la carta que imprimirá F. Miranda y que hará de ella un agente ideológico muy efectivo en los días de la emancipación. Más tarde analizaremos tan extraordina– rio documento. Basta ahora anotar cuán absurdo vio Viscardo el absolutismo que llegó «por motivos reservados en el alma real» a extrañar de todos sus reinos a cin– co mil ciudadanos laboriosos y pacífi– cos, condenados a perder sus derechos naturales a la libertad y a la seguridad. 20 Esto basta para hacemos ver lo alto que se cotizaba el absolutismo regio en Espa– ña y el esfuerzo que se hizo para transpor– tarlo a América. Pero ésta respondió con el rechazo ante tal injusta pretensión. Tan sólo tuvo vigencia en los mal vistos fun– cionarios que el Gobierno español envia– ba a Indias para ejecutar sus planes. c) Vigencia del liberalismo democrático Un acotamiento de R. Insúa nos sitúa en el corazón de la que hemos llamado «quaestio disputata». Pese a ser algo extenso, nos permitimos citarlo en su integridad. Esta es la visión histórica de R. Insúa: Las ideas castizamente españolas de los Libertadores se modificaron al ponerse en contacto con el enciclopedismo francés. Sin embargo, los partidarios de la Independen– cia, más que en la declaración norteamerica– na de los trece Estados Confederados, fruto de las ideas de los ingleses y holandeses del siglo XVIII, de los juristas ginebrinos y de los enciclopedistas franceses, y que en la de– claración de los derechos del hombre hecha en 1879 por los revolucionarios franceses , solían, realizando obra original, inspirarse para la organización de los nuevos Estados, en las ideas de justicia, igualdad y libertad de los pensadores de la escuela salmantina de Fran– cisco de Vitoria. La Independencia hispano– americana fue el fruto natural del trasplante al Nuevo Mundo de la democrática institución del municipio castellano. En los Cabildos, los INFORMES Y BIBLIOGRAFÍA TEMÁTICA americanos aprendieron a gobernarse por sí mismos y a defender su libertad. 21 Si examinamos este juicio histórico a la luz de la distinción que hemos estable– cido entre los diversos populismos, ad– vertimos que se habla en el texto de los tres estudiados por nosotros: del populis– mo liberal demócrata enciclopedista, del populismo originado en el municipio tra– dicional español y del populismo defini– do por la escuela española del derecho. Según R. Insúa, hay interferencia entre los tres. La interferencia entre el populis– mo del municipio tradicional hispano y el de la escuela de Salamanca parece in– negable, si bien discutiremos luego cuál de los dos estuvo más presente en los días de la Independencia. Más cuestio– nable es la afirmación de que los próce– res de la Independencia se inspiraron en las ideas castizas españolas que aunaron con las doctrinas revolucionarias, explo– sivas en Francia y triunfantes en los Es– tados Unidos. Esta tesis del historiador americano, en línea con los que en España piensan que el populismo de la escuela de Sala– manca tuvo influjo prevalente en el idea– rio de la Independencia, no sólo en los Cabildos, que la proclamaron, sino tam– bién en los próceres que la iniciaron y la defendieron con las armas, no la cree– mos fundada en datos históricos. Pese a nuestra simpatía hacia ella, hay muchos hechos contrarios a la misma. Examina– mos algunos, siempre con el deseo de aportar nueva luz a esta magna cuestión del pensamiento hispanoamericano. Al estudiar A. Ballesteros y Beretta los que él llama «pródromos de la emancipa– ción» señala tres centros principales: Ca– racas con Miranda y Bolívar; Santa Fe de Bogotá y Quito con Nariño y Espejo; el Río de la Plata con Belgrano y Moreno. Estos próceres no fueron los únicos, pero sí altamente señeros para desde su ideo– logía percibir la marcha de las ideas en la época de la emancipación. 22 Por lo que atañe al primer círculo, na– die discute la vigencia en Francisco Mi– randa, adelantado del movimiento inde– pendentista, del ideario del liberalismo demócrata, que asimiló en sus estancias por Europa y Estados Unidos. Tampoco se puede negar su influjo en Simón Bolí– var, agente máximo en la lucha por la In– dependencia. Pero hoy se habla de evo– lución en Bolívar y hasta se afirma que en el gran discurso de Angustura ante el congreso Venezolano, 15 de febrero de 1819, traspira ideología suareciana. 23 En la cuarta parte de este estudio, al analizar este discurso, concluiremos que no da pie para esta afirmación. Por este motivo pensamos que el centro de Caracas, con sus dos próceres, Miranda y Bolívar, vive con prevalencia las ideas venidas de Francia y Estados Unidos más que las tradicionales hispánicas. En el segundo centro, el de Santa Fe de Bogotá y Quito, era prócer destacado Antonio Nariño. De él escribe Ramón Ezquerra: Desde 1789 -nótese la fecha- era alma de un club que se reunía en su casa, de ideas revolucionarias, dedicado al estudio y a la lectura de autores enciclopedistas y al cultivo de las ciencias, del que formaron parte varios patricios de análoga ideología, partidarios de la razón y de la libertad y amigos de la inde– pendencia... presididos por un retrato de Franklin. 24 Los historiadores advierten que este clima revolucionario no le hizo perder su fe cristiana. Pero no es posible negar el influjo de este clima en su ideario ético– político. Prueba de ello es que unos años más tarde tradujo al español, aun pre– viendo graves disgustos con las autori– dades, Los derechos del hombre, obra de la Asamblea Constituyente Francesa. La acción agitada e incansable de A. Nariño a favor de la Independencia queda para la historia política. Aquí, para completar su silueta ideológica, de– bemos anotar que mantenía íntimas rela– ciones con la sociedad literaria. La es– cuela de concordia de Quito, en la que destacaba un indio genial que ha pasado a la historia de la filosofía hispanoameri– cana. Nos referimos a Francisco Euge– nio de Santa Cruz y Espejo. Por Espejo se le nombra casi siempre y así lo hare– mos aquí. Al hablar de él se subraya que el cruce de razas contribuyó a darle una personalidad recia y atrevida. La aportación de Espejo a la filosofía y a la ciencia es hoy muy estudiada, como un despertar de la filosofía en las razas aborígenes. Aquí nos interesa más su actitud política. Esta actitud queda bien reflejada en la Carta que escribió desde Bogotá, después de entrevistarse con A. Nariño, al Cabildo de Quito: «Vi– vimos en la más grosera ignorancia y en la miseria más deplorable». 25 M. Me– néndez Pelayo ríe la frase por ver en sus propios escritos la prueba más brillante de lo contrario. Pero al margen de la verdad histórica de la frase de Espejo, debemos leer en ella una actitud política indepen– dentista. Lo que parece no pueda afir– marse es que esta actitud de Espejo tenga apoyo ideológico en el populismo de Suárez. Y es esto por una doble razón. Por la enemiga a los jesuitas que había bebido en Vemey, el famoso Arcediano de Evora, de cuya filosofía se nutre. Y por haberse dado al estudio de Hobbes, Locke, Pufendorf, a los que unía nuestro crítico J. Feijoo. Su obra principal lo dice todo en el título, pero en un sentido

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