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130/ANTHROPOS 122/123 A lo largo de nuestro estudio iremos viendo que esta escisión entre españo– les e hispanoamericanos no es matemá– ticamente exacta por las interferencias que se dan en el modo de compartir esta opinión. Pero es necesario tener presen– te la dualidad aquí señalada. Con esto de particular: que hasta hace unos años se aceptaba como prevalente el influjo del liberalismo político, preconizado por la Revolución francesa y triunfante en la organización de la gran República de los Estados Unidos. Hoy, por el contrario, se quiere hacer ver que el influjo prevalente se debió al populismo español, cuya sis– temática más perlecta formuló Suárez. Esta discrepancia tan fundamental seña– la un punto neurálgico de la «quaestio disputata» a que nos venimos refiriendo. Esta última actitud es mantenida por L. Pereña y su círculo de investigadores. Es la tesis española en la terminología de S. Villalobos. Pero acaece que hoy tiene ya ardientes partidarios en Hispa– noamérica: G. Furlong y su círculo de Argentina, W. Hanisch Espíndola y el suyo en chile. L. Pereña, cuando el Sim– posio «Francisco Suárez», en la Univer– sidad Pontificia de Salamanca, año 1979, enunció esta tesis en los siguien– tes términos, según las Actas del mismo: La base doctrinal general y común de la rebeldía americana, salvo ciertos aditamentos de influencia suficientemente localizada, la suministró la doctrina suareciana de la sobe– ranía popular que fue trasplantada durante el siglo XVII a las Universidades y Colegios fundados por España en América. 4 Sin embargo, al historiador reflexivo le hace meditar que sea precisamente un gran investigador jesuita el que sostiene la tesis contraria a la mantenida de modo diáfano y expeditivo por el círculo de L. Pereña. Este jesuita es M. Batllori, cuya competencia y seriedad en la inves– tigación del siglo XVIII le es reconocida. He aquí lo que opina este investigador je– suita sobre nuestra «quaestio disputata». Aunque parece limitar su tesis a los jesui– tas expulsados por Carlos III, por el con– texto se deduce que está en su mente ex– tenderlo a la Compañía como tal. Estas son sus palabras de comentario a la nega– ción de la tesis intervencionista de los je– suitas en la Independencia: En nuestros días, escribe, la leyenda reco– gida con poca crítica por las más importantes síntesis históricas sobre la emancipación de Hispanoamérica, se ha convertido en un mito. Y aún se ha intentado valorizar el mito con la tradición política populista que los escritores de la Compañía -Suárez y Mariana, sobre todo y sobre todos- perpetuaron gloriosa– mente en el período de la historia moderna co– nocido con el nombre de absolutismo. 5 INFORMES Y BIBLIOGRAFÍA TEMÁTICA Es patente que nos hallamos ante el sí y el no por lo que toca al influjo de Suárez en el preámbulo ideológico de la Inde– pendencia. El no es mantenido por quien conoce a la perfección el desarrollo histó– rico de la doctrina populista de Suárez. Parece conveniente anotar, para sentir con mayor hondura esta complicada pro– blemática, que entre las grandes síntesis históricas a las que alude M. Batllori menta la de S. Madariaga. Éste, que es un gran historiador de la época, con su monumental estudio sobre Bolívar, se– ñala cuatro filósofos franceses como má– ximo influjo en la mentalidad criolla en los días de la Independencia. Fueron és– tos: Raynal, Montesquieu, Voltaire y Rousseau. Cada uno de ellos, afirma, era para el criollo una estrella intelectual. A estos filósofos, S. Madariaga añade estas, que llama él, tres cofradías: los ju– díos, los francmasones y los jesuitas. 6 Me imagino que a M. Batllori no le haya gustado esta aproximación y busque sol– tar a los jesuitas del carro de quienes de– fendían posturas tan contrarias a las de la Compañía. Reconozcamos que lo hace justamente. Pero deduzcamos de todo ello lo embrollado de la «quaestio dispu– tata» que queremos aclarar. Ante tal embrollo es necesario tomar estas dos actitudes. La primera consiste en dejar a un lado eso que transpiran al– gunos investigadores en su intento con– fesado de superar leyendas negras y maquinaciones antiespañolas. Nada se ventila aquí de leyenda negra o rosácea. Se trata tan sólo de llegar a detectar los profundos y complicados movimientos espirituales que conmovieron las con– ciencias en los años de la emancipa– ción. En segundo lugar, abiertos a una mentalidad constructiva frente al mero propósito de superar prevenciones, es ineludible señalar con precisión cuáles fueron las ideas primarias ético-políti– cas del ambiente hispánico en aquella época. Sólo así se podrá ulteriormente determinar el posible influjo de unas y de otras. Señalar las primarias ideas éti– co-políticas de aquel momento histórico es lo que ahora quisiéramos desarrollar en la segunda sección de nuestro es– tudio. 2. Ideas primarias ético-políticas durante la emancipación Se ha constatado que en la época de la Independencia tuvo lugar en Hispano– américa un doble conflicto: en el campo de las ideas y en el de las instituciones. Nos interesa para nuestro propósito tener una visión comprensiva del primero de los conflictos. Para ello juzgamos im- prescindible anotar cuáles fueron las ideas primarias ético-políticas que actua– ron de fermento en los días de la Inde– pendencia.7 Las dos ideas más destacadas y que se mantuvieron en desafío la una frente a la otra fueron, sin duda, el absolutismo, de una parte, y el populismo, de la otra. Am– bas ideas tenían en pos de sí largos siglos de historia. En las épocas de absolutismo el poder del Estado se concentraba en un solo sujeto, fuera éste emperador, rey, dictador o jefe de Estado. En las épocas de populismo el poder político lo deten– taba el pueblo y lo ejercía por sus repre– sentantes. Recordamos nociones tan ele– mentales porque advertimos que algunos historiadores parecen querer simplificar el conflicto ideológico que estamos estu– diando a un contraste entre la tendencia absolutista y la populista, sin tomar clara conciencia de que esta doble tendencia tiene ramificaciones muy dispares entre sí, según quisiéramos hacer ver. Por lo que atañe al absolutismo, la historia moderna constata que en el Re– nacimiento surge una presión política que tiende a concentrar el poder en el soberano. Ello motiva que en los siglos que siguen al Renacimiento tenga lugar un deslizamiento imparable desde la monarquía medieval, moderada y limi– tada por otras instituciones, a la monar– quía absoluta. En España son los Aus– trias quienes propician el tránsito al ab– solutismo. En Francia este absolutismo tiene su momento de plenitud en el Rey Sol, Luis XIV, quien lo transmite a su nieto, Felipe V, rey de España. Con Car– los III alcanza en nosotros este absolu– tismo su máxima eficacia. Es la época del despotismo ilustrado. Esta visión meramente política nos in– cita a penetrar en la ideología que la fun– da. En este momento tenemos que subra– yar la distinta mentalidad que justifica el absolutismo de Luis XIV frente al pensa– miento español, que sólo en el siglo XVII -nótese esto bien- se deja arrastrar por la mentalidad francesa. Lo peculiar de esta mentalidad es haber querido justifi– car el absolutismo por hallarlo fundado en el derecho divino de los Reyes. El rey, por la gracia de Dios, recibía directamente de Dios su poder. De aquí se deducía que era absurda cualquier intervención del pueblo en la detentación y en el uso del supremo poder político, concentrado en la persona sacra -así se la llamaba- del Rey. Si esta mentalidad fue praxis política en Luis XIV, tuvo un ilustre teórico en el obispo de Meaux, Bossuet. 8 Subrayo esto por la tendencia de algunos investigado– res a silenciar este pensamiento político de Bossuet, juzgando que el absolutismo ha tenido un origen, teórico y práctico, en el protestantismo: teórico, en Lutero y
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