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LABERINTOS Transcurso por las señas del sentido LA LIBERTAD COMO DON DE LA OTREDAD. LA FRANCISCANA ACTUALIDAD DE LA «FLORECILLA»: «CÓMO EN LA PACIENCIA ESTÁ LA PERFECTA ALEGR ÍA» A Andrés Ortiz-Osés, concreador de reciprocidades e íntimas transfiguraciones. Con frecuencia se piensa y se vive la ex– periencia de la libertad sólo en sus as– pectos positivos, y en lo que tiene de ex– presión afirmativa de la propia voluntad y liberalidad. Pero olvidamos con fre– cuencia otro aspecto, lo que la libertad comporta de producción negativa, de mal y de muerte, de exclusión y extermi– nio de otras vidas de la historia y del cos– mos. Nuestra actitud ante la libertad como mal comporta, en verdad, el nivel cualificativo de nuestra constitución como projimidad. El encuentro real con el otro, en sus circunstancias, creencias y apreciaciones marca el contenido y el ritmo de nuestra alegría. Pero para que la anécdota no rompa la fibra interior de la propia libertad y estilo personal, éste se ha de sentir vinculado a un modelo que late las entrañas del tiempo y trasciende la cotidianidad fáctica. La alegría es una consonancia profunda entre realidad e ideal o proyecto interior; ella brota sutil e imperceptiblemente de un secreto hon– tanar que hunde sus raíces en la propia creatividad. No menos importante es en– tender que gozar en plenitud es habitar en comunión con otro en la más secreta, silenciosa y profunda intimidad perso– nal, en libre donación de reciprocidad. La alegría es un acontecer interior, ínti– mo, muy peculiar, en que se ofrece todo el don de la expresión sin centramiento en la fama, la prestancia social, la autori– dad ni el reconocimiento público... Todo ello es cuanto hoy se nos plantea con la lectura de esta maravillosa «Florecilla» de San Francisco que expresa una de sus secretas atracciones y presencia de por– venir. Yendo una vez San Francisco desde Peru– sa a Santa María de los Ángeles con fray León, en tiempo de invierno y con un frío ri– guroso que les molestaba mucho, llamó a fray León, que iba un poco delante, y le dijo: -¡Fray León! Aunque los frailes Meno– res diesen en toda la tierra grande ejemplo de santidad y mucha edificación, escribe y advierte claramente que no está en eso la perfecta alegría. Y andando un poco más, le llamó San Francisco oor segunda vez diciendo: -¡Oh fray León! Aunque el fraile Menor dé vista a los ciegos, y sane a los tullidos, y arroje los demonios, y haga oír a los sor– dos, andar a los cojos, hablar a los mudos y, lo que es más, resucite al muerto de cua– tro días, escribe que no está en eso la per– fecta alegría. Más adelante, San Francisco levantó la voz y dijo: -¡Oh fray León! Si el fraile Menor supie– se todas las lenguas, y todas las ciencias, y todas las escrituras, de modo que supiese profetizar y revelar, no sólo las cosas futu– ras , sino también los secretos de las con– ciencias y de las almas, escribe que no está en eso la perfecta alegría. Caminando algo más, San Francisco lla– mó otra vez en alta voz: -¡Oh fray León , ovejuela de Dios! Aunque e fraile Menor hable la lengua de los ángeles, y sepa el curso de las estre– llas , y las virtudes de las hierbas, y le sean descubiertos todos los tesoros de la tierra, y conozca la naturaleza de las aves, y de los peces, y de todos los ani– males, y de los hombres, y las propieda– des de los árboles, piedras, raíces , y de las aguas, escribe que no está en eso la perfecta alegría. Y habiendo andado otro trecho, San Francisco llamó fuertemente: -¡Oh fray León! Si el fraile Menor supie– se predica tan bien que convirtiese a todos los infieles a la fe de Cristo, escribe que no está en eso la perfecta alegría. Y conti1uando este modo de hablar por 122/1 23 ANTHROPOS/127

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