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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN ANÁLISIS TEMÁTICO del pensamiento cristiano... , único so– porte fome de la verdad del ser». 7 Una modernidad cuyas últimas consecuen– cias (la eliminación por Kant y Heideg– ger de dicho soporte) no acepta, por cris– tiano y metafísico clásico, el Prof. Rive– ra. También hace ver dicho profesor que Suárez, al mismo tiempo que intuyó la exigencia de la comunidad de naciones (idea tan vigente en la actualidad), 8 acep– ta la potestas indirecta del Papa sobre lo temporal, limitando así la teoría tomista y vitoriana de la autonomía de los dos poderes. «Hasta se podría hablar ---es– cribe Rivera- de una regresión de Suá– rez hacia el agustinismo político», aun– que con matices. 9 Mística española: Según nuestro autor, la reflexión filosófica puede y debe ha– cerse cargo con sus métodos propios de esta manifestación universal del espíri– tu humano, tan peculiar de nuestra cul– tura. Más aún, el Prof. Rivera reconoce que la mística está muy relacionada con sus particulares preocupaciones filosó– ficas, 10 lo que le ha permitido abordarla con especial lucidez, aunque con exce– siva brevedad. Destacamos en primer lugar su idea acerca del método con que debe tratarse el fenómeno en cuestión. De los dos que enumera -el explicati– vo y el comprensivo- el primero lepa– rece valioso para el descubrimiento de algunos condicionamientos ambienta– les y exteriores, pero «radicalmente in– suficiente»; el segundo en cambio, bien llevado, logra introducirnos en lo inte– rior de la vida mística, dando la oportu– nidad de comprenderla en su dimensión más profunda y real. La descripción in– tuitiva es la que prefiere E. Rivera, que es la usada por los grandes mí,sticos por él estudiados (Juan de los Angeles y Santa Teresa), auténticos adelantados del método filosófico de hoy que llama– mos fenomenología. Pone reparos a la llamada mística teológica y escolástica, que con su aparente rigor terminológico y claridad expositiva, no alcanzan el pulso vital, lo más íntimo; esto es, el ca– lar en la experiencia viva del fenómeno. En esto coincide el Prof. Rivera (no sé si consciente o no) nada menos que con la mejor tradición del erasmismo y del krausismo español, tan denostados por la ortodoxia española mal llamada «tra– dicional». Por otra parte, hace ver E. Ri– vera que «si algún sistema filosófico ha influido en nuestros místicos es precisa– mente el platónico (la corriente neo– platónica y el Pseudo-Dionisia), y no tanto el erasmismo en sentido estric– to» .11 Subraya además de forma particu– lar la presencia de San Agustín );' San Buenaventura en Fray Juan de los Ange– les. «Esta presencia conlleva el hallarse 124/ANTHROPOS 122/123 a toda hora el doctor (S. Agustín) a la vera del místico, unas veces para seña– larle perspectivas, otras para fortalecer la propia enseñanza y siempre como doctor y guía.» 12 También estudia al místico franciscano («uno de los puntos neurál– gicos de nuestra mística católica») en el doble plano metafísico-antropológico, haciendo ver cómo en su obra «todo gira en torno a la idea del bien» y «cómo el alma asciende al bien por la vía del amor». En ambos planos depende de la mentalidad platónica, completada y su– perada por el pensamiento cristiano. 13 Siglo XVII: Los trabajos del Prof. Rivera sobre la filosofía española del siglo XVII quedarán como una de sus contribucio– nes más importantes al hispanismo filo– sófico. El lector tendrá ocasión de com– probarlo cuando se publique el tomo co– rrespondiente del célebre y renovado manual de Ueberweg. Hay novedad en la ordenación de los materiales, en la va– loración de algunos pensadores y en la recuperación de alguna que otra figura olvidada. Sobre el XVII español tiene otros estudios más particulares, como el análisis de la tesis orteguiana sobre la «tibetización» de España, el sentido del Barroco español en el conjunto europeo, las características del lenguaje filosófico de la época y la valoración del pensa– miento de Quevedo. Entre las causas de la llamada por Ortega «tibetización», se– ñala Rivera por su cuenta el «estatuto de pureza de sangre» (procedimiento «an– tievangélico») y la desnutrición del pen– samiento cristiano en una escolástica re– petitiva y sin horizonte histórico. 14 El Barroco español, «una de las vertientes más esplendorosas de nuestra cultura», no tuvo por gozne una teoría mecánica del universo, ni una interpretación mate– mática de las relaciones cósmicas, sino que contempló la realidad a través de las ideas arquetípicas de Platón. España, dice el Prof. Rivera, no aceptó el rompi– miento entre tiempo y eternidad, entre el «más acá» y el «más allá». Y es precisa– mente el intento de aunar ambos extre– mos lo que da el matiz peculiar al Barro– co español. La armonía anta-teológica, el uso del simbolismo plástico y literario y la intuición artística son, frente a la fría razón cartesiana y europea, notas que matizan nuestro barroco. 15 Su lenguaje filosófico fue dual: el de la escolástica, que hereda un lenguaje hecho, y el de los filósofos de la vida (Gracián y Quevedo) que, sintonizando con su época, crean cada uno a su modo un nuevo lenguaje filosófico (conceptismo). También abor– da el Prof. Rivera las peculiaridades del culteranismo (Góngora) y del simbolis– mo (Calderón) como nuevas formas crea– tivas de expresión filosófica. 16 Del pen- samiento de Quevedo nos da el Prof. Ri– vera un abultado y analítico «guión bi– bliográfico» sobre los puntos siguientes: bibliografías, biografías, fuentes, apre– ciación general de su pensamiento, filo– sofía teórica, teoría política, ante la his– toria de España y su pervivencia en nuestra cultura. Concluye E. Rivera que las publicaciones por él analizadas ape– nas rozan el pensamiento hondo de Que– vedo. No obstante, cree que sus «geniali– dades» han motivado una sobrestima que en el campo de la filosofía no se puede mantener. Desencanta sobre todo que, metido de lleno en la política, no se haya elevado a una alta visión de ella. Su Política de Dios y gobierno de Cristo se resume, según nuestro autor, en exce– lentes consejos a los gobernantes, toma– dos sobre todo de los personajes ejem– plares bíblicos. Precisar pues en qué sentido Quevedo es, como se ha dicho, «el genio del barroco español» desde la vida del pensamiento, constituye todo un reto a la investigación y un capítulo valioso de la historia de la filosofía his– pánica. Reto y capítulo que el Prof. Ri– vera no ha deseado de todos modos asu– mir. Nos ha dado, y es de tener en cuen– ta, buenas orientaciones para transitar estos caminos casi inexplorados aún. Siglo XVIII: Dos estudios dedica nues– tro autor a las ideas jurídico-políticas de este siglo, aportando claves para comprender la peculiaridad de nuestra ilustración, la complejidad de ideas que movieron la independencia de la Amé– rica hispánica (próceres y cabildos) y la posterior historia de España en su vida y en sus ideas. Dos estudios que, como es habitual en el Prof. Rivera, in– tentan penetrar en el hondón de lo aco– tado. Expone el primero el complejo y tenso tramado ideológico de aquel si– glo: popularismo secularizado de Vito– ria, populismo anti-absolutista de Suá– rez, absolutismo religioso-político de Bossuet, absolutismo secularizado, pen– samiento político liberal y reacción ab– solutista del tradicionalismo español. Ciego en general a nuestros máximos valores culturales, de ello pecó la mayo– ría; y de aquí, según el Prof. Rivera, «el lamentable surgir de las "dos Españas". Este surgir, en su complejidad humana, tiene muchas fuentes. Pero nadie negará que una de las primarias ha sido el olvi– do imperdonable de nuestra gran escuela de Derecho Natural y de Gentes». 17 El otro estudio, relacionado en cierta mane– ra con el anterior, expone las causas y consecuencias de la expulsión de los je– suitas en 1767 por Carlos III. Según el Prof. Rivera, los jesuitas sintieron una profunda sensibilidad hacia los proble– mas del mundo moderno, pero su actitud
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