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dentro y de fuera. Así, por ejemplo, Sé– neca con S. Buenaventura, Fray Luis qe León con Escoto, Fray Juan de los Angeles con S. Agustín y S. Buenaven– tura, Vives con S. Agustín, Erasmo o Vitoria, éste con Las Casas, E. Castelar con Hegel, Amor Ruibal con Escoto y Hegel, Unamuno con S. Francisco, Bergson y Zubiri... La notable frecuen– cia de este método en la obra del Prof. Rivera responde -creo- a su pro– grama de construir una filosofía desde la categoría del diálogo o encuentro. 3. Nuestro historiador explora el pasado filosófico español no por pura inquie– tud erudita, sino como él mismo dice repetidamente, para «aclarar nuestros graves problemas filosóficos del mo– mento». Elabora, pues, una historia emi– nentemente pragmática, no tanto narrati– va o genética. Lee a los autores y los tor– na no de una pieza, sino que los va desgranando acoplándolos a su argu– mento; y si le salen al paso nuevos pro– blemas o puntos de investigación, los re– coge y advierte al lector para que siga la pista... 4. Finalmente, su estilo literario es vivaz y correcto, aunque un tanto so– brecargado a veces de adjetivos. 3. Contenido y opinión Conocida la forma y peculiaridad de la historiografía filosófica española de E. Ri– vera, ofrecemos a continuación una lige– ra referencia sobre su contenido. Será una especie de antología temática y de opiniones espontáneamente selecciona– das del conjunto de sus trabajos: Escuela de Salamanca: Pese a los luna– res que nota en ella («Vitoria parece de– pender en demasía del romano ius belli»; «A la escuela se la siente en demasía bajo las sabias disquisiciones jurídicas, impregnadas de un derecho que tenía más de romano que de cristiano») 2 la juzga como «un momento máximo» de la filosofía española,3 subrayando la rec– tificación que hizo de la mentalidad me– dieval (teocrática e imperial) contra el agustinismo político. Pondera su rigor lógico y precisión terminológica, sin embargo sospecha que su método de tra– bajo le ha impedido captar la realidad más íntima de las cosas, y que su esfuer– zo ha sido noble y meritorio pero incom– pleto. Juan Luis Vives: Destaca su talante de intelectual comprometido, dando res– puesta a problemas muy vivos de su época: el problema científico (renova– ción de los saberes), el problema socio– pedagógico (educación y vida social) y el problema político (concordia y paz). ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN ANÁLISIS TEMÁTICO Partidario de la influencia social y polí– tica de la erasmiana philosophia Christi, pone de relieve las diferencias que le se– paran de la escuela de Salamanca en tor– no a estos puntos: el método intelectual, la doctrina de la guerra y la paz, y la tor– tura en juicio. Aunque razona desde una contextura más emotivo-religiosa que ético-política, y sin el vigor lógico de los salmantinos; aunque procede más por in– tuiciones que le dicta su conciencia cris– tiana que por formalismo lógicamente motivado, el Prof. Rivera se inclina de su parte destacando su pacifismo total y equilibrado, su impugnación del romano ius belli y su oposición a la tortura enjui– cio. Respecto de los dos primeros pun– tos, E. Rivera estudia la doctrina de Vi– ves acerca de las raíces, obstáculos y ca– minos de la paz; y sobre su oposición a la tortura en juicio baste citar estas fra– ses: «La historia de este aspecto es una gloria, no para la escuela de Salamanca, tercamente silenciosa en este punto, sino para el gran español J.L. Vives». «No hay que esperar a que en el siglo XVIII Montesquieu, Voltaire, el Conde de Bec– caria sobre todo, denuncien la tortura por inepta e inmoral. Ya el español Vives se había anticipado a ellos.» 4 También ha abordado el Prof. Rivera el agustinismo de Vives. He aquí su conclusión al res– pecto: «...no obstante que San Agustín le quitara al joven Vives largas horas de sueño, el pensamiento del gran doctor, en lo que tenía de más original y con más garra de genio, quedó al margen de las preocupaciones de la filosofía de nuestro Vives. De aquí el que no sea figura de primer orden en la historia del agustinis– mo nuestro máximo pensador en la épo– ca del Renacimiento Los largos comen– tarios que hizo a De Civitate Dei prue– ban más bien una fundamental carencia de asimilación de lo que ha sido justa– mente juzgado como "la esencia del agustinismo"». 5 Francisco Suárez: Reconoce su «talla de pensador universal» y lo presenta como palanca que impulsa el pensamiento cristiano medieval hacia la modernidad. Desde el siglo XVII a la actualidad la metafísica tiene contraída con él una gran deuda, que la obra de Zubiri (por poner el ejemplo de uno de los más gran– des metafísicos de este siglo) se encarga implícitamente de revelar. «Creemos -escribe el Prof. Rivera- que la doctri– na zubiriana de que la verdad real en sí misma no hace referencia explícita a la idea divina se halla formulada en Suá– rez.»6 Precisamente en este «giro autonó– mico» de carácter mundano consiste el sello de modernidad del jesuita, converti– do así en quebrantador de la verdad onto– lógica, «una de las grandes adquisiciones 122/123 ANTHROPOS/123
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