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losofía en Salamanca y promover el sen– tido de continuidad en la elaboración del pensamiento hispánico. Quiero desarrollar mi relato de mi re– lación salmantina con el profesor Rivera de Ventosa reconstruyendo desde el re– cuerdo algunas de las temáticas y discu– siones habidas en los encuentros de pro– fesores anteriormente citados. Pese a no haber levantado actas ofi– ciales de los mismos el profesor Rivera ha recogido en sus cuadernos de notas un conjunto de informes que ha puesto a mi disposición. Ellos hacen entrever la seriedad e interés puestos en los mismos. El primer contacto que tuvo el profe– sor Rivera con los profesores de filoso– fía de la Facultad de Letras de Salaman– ca tuvo lugar en torno a 1962. Todavía esta Universidad no tenía Facultad de Filosofía. Ésta se explicaba entonces en dos cursos comunes. Fue invitado a dar una conferencia a los profesores de los mismos por el Dr. Marcelino Legido, otro gran amigo del profesor Rivera has– ta nuestros días. Dejado el tema a elec– ción, el profesor Rivera hizo un comen– tario sintético al pensamiento de uno de sus autores predilectos de este siglo: Ga– briel Marce!. Con el calor que pone en sus coloquios quiso hacer ver la vertien– te viva, concreta, existencial y creadora que lleva en sí el neosocratismo puesto a la altura del siglo XX. G. Marce!, muy renuente a todo encasillado, aceptaba que le tildase de cultivar un neosocratis– mo cristiano, para educación del hom– bre de hoy. A la exposición siguió el diálogo críti– co que aceptaba la interpretación pro– puesta sobre el gran pensador francés, pero que negaba que esta filosofía tuvie– ra un valor estrictamente científico. Mantuvo con firmeza esta postura el profesor Partos Martínez, desde las exi– gencias de la moderna lógica, aplicada a la ciencia estricta. El ponente defendió con finneza que no se puede identificar la palabra ciencia, según viene rodando desde Aristóteles con la ciencia expe– rimental. Muy precisa y valiosa, según dice Ortega, pero que deja sin respuesta lo que más nos interesa saber. O como escribe Wittgenstein en la proposición 6.52: «Nosotros sentimos que incluso si todas las posibles cuestiones científicas pudieran responderse, el problema de nuestra vida no habría sido más pe– netrado». El profesor Rivera creyó ver en este primer encuentro la dirección funda– mentalmente diversa que cultivaban los profesores de Salamanca: unos hacia una metafísica esencial o existencial; segui– dores los otros de una filosofía lógico– matemática-científica. Los coloquios filosóficos de los profe- ANÁLISIS TEMÁTICO sores salmantinos tomaron volumen y significación en 1964, al conmemorar el centenario del nacimiento de M. de Unamuno. Muy de recordar la exposi– ción del editor de las obras del mismo, M. García Barco, quien se detuvo en co– mentar la silueta humana de D. Miguel, llena de ocurrencias imprevistas, pero nunca de mala ley. A su vez E. Salcedo describió la Salamanca de la época de Unamuno, dividida en el aprecio de su persona por quienes le veneraban como a maestro y los que le discutían hasta su lealtad y buena fe. Mas en el terreno filosófico , M. Legi– do hizo ver el trasfondo ontológico de la antropología de Unamuno, haciendo de él una especie de precursor de M. Hei– degger, quien si vio al hombre como Sein zum Tode, Unamuno lo vio como Ser para la nada . Sólo desde esta antro– pología que ve al hombre abocado a la nada, se hace explicable la ingente apor– tación filosófico-literaria del mismo. Se hizo notar en el diálogo la exposición li– terario-filosófica en Unamuno, frente a la exposición más de escuela de Heideg– ger en Sein und Zeit. Pero al margen de los modos de exposición se pedía aden– trarnos en la problemática antropológica de Unamuno. En esta perspectiva muy legítima más que la distancia hay que subrayar el acercamiento hasta poder decir que Unamuno preanuncia gran par– te de la analítica existencialista de Hei– degger. En los coloquios que siguieron al del centenario de Unamuno en años sucesi– vos y que yo mismo tuve la satisfacción de organizar, se suscitaron múltiples cuestiones. Quiero recordar de nuevo, desde la distancia, algunas de especial relieve, en las que tomó parte el profesor Rivera. Una de ellas versó sobre la conexión existente entre la lógica y metafísica. El profesor Rivera analizaba comparativa– mente tres mentalidades: la de Hegel, la aristotélico-escolástica y la formalista del neopositivismo lógico. Si le parecía infundada la identificación que hizo He– gel entre lógica y metafísica, le parecía igualmente inconsistente el intento for– malista de independizarla completamen– te de la metafísica. Creía necesario, aún aceptando los juegos de los lógicos como juegos, en su valor de inferencia, la necesidad de vincular ambos saberes en línea con la filosofía clásica. El profe– sor Muñoz discrepaba abiertamente de la tesis del profesor Rivera. Esta discrepancia capital llevaba a ambos a actitudes muy diferentes en la interpretación de la historia de la filo– sofía. Y más en concreto en la valora– ción de la personalidad filosófica de Ockham. Mientras que para el profesor 122/123 ANTHROPOS/119

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