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EDITORIAL V. Muñiz con franciscana habilidad se acerca a él afec– tuosa e inteligentemente en una valiosa entrevista. En ella nos acaba de perfilar en forma sintética lo esencial de su ideal, pro– pósitos y deseos, siempre centrados en la elaboración y con– tinuación creadora de una escuela actual de pensamiento cris– tiano a la altura de las circunstancias. Una breve y orientativa cronología cierra este apartado de autopercepción intelectual. La sección «Argumento» centra el análisis más valioso y nuclear de su obra. Señalamos con especial interés el trabajo de M. González García que se ha detenido en la obra de Enrique Rivera y ha sabido extraer lo más vivo e íntimo de su pensa– miento y formular una síntesis inteligente y clara. No menos importante es el estudio de M. Cruz Hernández que se ocupa de uno de los temas más centrales: «La dialéctica de la sabiduría cristiana». Lo contextualiza en las condiciones sociales de la España contemporánea y ahonda la experiencia sa– piencial en las diversas tradiciones. Concluye con el valor de «la sabiduría cristiana» y destaca en él su condición de pensador cristiano. Resalta que: «En estos tiempos nuestros en que está de moda disimular las raíces íntimas de nuestro ser y pensar, tiene más valor proclamar lo que en el fondo se es radicalmente». Los trabajos de C. Morón Arroyo y Diego Gracia abundan en el sentido de intelectual cristiano en nuestro tiempo y so– cratismo cristiano respectivamente. El conjunto deja perfec– tamente definido lo que constituye de verdad el argumento de su obra. El «Análisis temático» completa otros diversos aspectos de su quehacer intelectual, como son su experiencia docente en la universidad, su trabajo como historiador de la filosofía, sus contactos con la Compañía de Jesús, sus estudios de Santo To– más , San Agustín, la presencia del franciscanismo en su obra, universalidad y alteridad en el pensamiento judío, las refe– rencias de la cultura francesa en su pensamiento, su preocu– pación por los problemas culturales iberoamericanos. Y por fin, un peculiar y sentido testimonio de C. Flórez que titula con precisión «Recuerdo y comunicación», donde destaca su con– tribución en la elaboración del pensamiento hispano estable– ciendo un clima de diálogo filosófico en el ambiente univer– sitario salmantino. Hace relación de los hitos fundamentales de este programa, y concluye: «El gran esfuerzo del profesor Ri– vera ha sido pensar la filosofía en castellano desde una posición siempre abierta y pronta a la comunicación. Estos recuerdos no quieren ser otra cosa sino homenaje». Destacamos también la magnífica aportación de A. He– redia Soriano. Recoge con sabia maestría una síntesis de las aportaciones de E. Rivera acerca de la filosofía española. Re– sume con cercanía y reconocimiento el sentido de su vida y obra, y las claves que gobiernan su integración histórica del tema. Centra su estudio en dos grandes apartados: una moda– lidad sui generis de hispanismo filosófico en el sentido de que su investigación ofrece una forma peculiar; su contenido y opi– nión, donde nos ofrece una especie de ontología de sus diver– sos trabajos. De lo que no cabe duda es que su quehacer en el hispanismo filosófico ha contribuido espléndidamente a su continuación en Salamanca y otros lugares. Destaca como pen– sador franciscano e hispanista, siempre desde su peculiar visión cristiana de la historia, de su teología de la historia expuesta c0n «sinceridad, tolerancia, respeto y rigor[ ... ]». 10/ANTHROPOS 122/123 Diversas notas respecto a su obra se recogen también en el apartado «Bibliografía temática». Por fin , hemos de hacer referencia también al Suplemen– tos n.º 26, que lleva por título E. Rivera. Visión cristiana de la historia y otros textos. En este magnífico y laborioso trabajo nos ofrece la visión cristiana de la historia en sus textos, es de– cir, su fuente bíblica y su recorrido amplio y selectivo por los SS .PP. griegos y latinos. Los textos clásicos de los historia– dores griegos le sirven de contraste y comparación. En el segundo apartado nos ofrece una selección de sus textos preferidos, temas en torno a su pensamiento histórico; perspectiva histórica del desarrollo del saber; las fuentes de su pensar cristiano; estudios sobre el amor. En un tercer aspecto - «Documentación»- C. Martínez Santamarta completa la compilación de su monumental bi– bliografía. Un segundo apartado documental lo constituye una amplia selección de reseñas críticas. El texto de cierre se refiere a algo muy querido por él «Las vivencias del alma de S. Fran– cisco». Toda una visión integradora del saber y de la vida, de la historia y del espíritu. 2. Un pensador cristiano a la altura del s. XX. Textos Ningún empeño tan importante en el quehacer vital e intelec– tual de E. Rivera como el diálogo entre culturas y su referen– cia directa con el cristianismo. Todo ello le configura como un pensador cristiano que asume con profundidad, fidelidad y li– bertad los grandes hitos de la tradición, pero al mismo tiempo la abre a nuevas fmmulaciones y sensibilidades problemáticas. Un aspecto especialmente querido en su proyecto lo constituye su esforzado afán por construir una filosofía de la historia que sirva de base a una teología de la historia y elaborar una cultura vinculada a la fe en consonancia con el rigor intelectual de la actualidad. El primer texto de Alain Guy tomado de su Historia de la jtlosofía española nos sirve de síntesis y presentación. De amplia erudición, es en primer lugar un renombrado historiador de la filosofía medieval, y, en este aspecto , sigue a Gilson. A él se deben numerosos artículos sobre San Agustín, San Buenaventu– ra, Santo Tomás, Duns Scoto, San Francisco de Asís y Joaquín de Fiare, aunque se ha ocupado igualmente de Platón, Kant, Donoso Cortés, lbsen , Blondel , Bergson , Hegel , Ortega y Gasset, Una– muno , E. d'Ors, Tierno Galván, Muñoz Alonso y, sobre todo , de Zu– biri, cuya antropología hace suya. Especialista en estudios fran– ciscanos (particularmente en su obra reciente, San Francisco en la mentalidad de hoy, Madrid , 1982), intenta explicar al autor de las Fioretti por sus instituciones poéticas. Pero Rivera es también un pensador muy personal, como testimonian los siguientes estudios: «Dialéctica y diálogo» , «Paz y conciencia moral» , «Physis-Dia– theke», «Hacia una interpretación de las grandes síntesis doctri– nales del pensamiento cristiano », «Sabiduría y filosofía en su sig– nificación histórica e ideológica », etc. Sin embargo, ante todo , es un filósofo de la historia, por ello conviene describir el original con– ten ido de su obra principal, Presupuestos filosóficos de la teología de la historia (1978). En ella media, de manera innovadora, sobre la historicidad y su significación en la fe cristiana. En su opinión, la teología está demasiado sometida a los esquemas peripatéticos, incapaces de captar la interioridad, y que se ocupan más de la cos– mología, en lugar de preguntarse, como en nuestro siglo XX, por la

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