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1966, se hizo cargo de la asignatura Fun– damentos de Filosofía, disciplina que formaba parte del plan de estudios de los cursos comunes del primer ciclo de la entonces Sección de Filosofía de la Fa– cultad de Filosofía y Letras. Se puede decir con todo rigor que Ri– vera de Ventosa pertenece a la primera generación de profesores de la Facultad de Filosofía de la Universidad Pontifi– cia, pues restaurada aquélla en 1940, y erigida ésta en 1945, él comenzó a ense– ñar en ella en 1952, cuando apenas ha– bían salido de la Facultad las dos o tres primeras promociones de alumnos. El es, pues, testigo casi de excepción de los primeros tiempos de la Facultad, así como de su época de mayor esplendor y número de alumnos, y colaboró como el que más al merecido prestigio que pron– to adquirió la Facultad y que ha sabido conservar hasta el día de hoy. No he sido alumno de Enrique Rivera de Ventosa, pero los cientos de alumnos que lo han sido transmiten una imagen común de lo que fue siempre su magis– terio universitario salmantino, imagen que, por otro lado, coincide con la que percibíamos sus colegas. Por descontado su erudición y la pro– fundidad de sus conocimientos acerca de las materias que explicaba, destacan su bondad, su sencillez, su humildad, su cercanía a los alumnos. Esa actitud hu– mana era tan natural y espontánea, que suscitaba en todos un profundo afecto hacia su persona, afecto que para mu– chos se convertía en un cariño muy se– mejante al que se puede sentir hacia un buen padre. Su figura como docente era la antíte– sis del profesor envarado y distante. Era un hombre afable, acogedor, cortés, dia– logante, que no sólo no rehuía el trato con los alumnos sino que lo procuraba y estimulaba tanto en el aula como fuera de ella. Pasados para algunos muchos años, aún conservan vivo el recuerdo de sus clases: explicaba siempre de pie, con una viveza y un entusiasmo juveniles. Se percibía con toda claridad que transmitía algo que realmente amaba y vivía, que su entusiasmo no era artificial, que dis– frutaba con la enseñanza de los grandes pensadores de la humanidad. Su devo– ción por Sócrates, es sólo un ejemplo, era proverbial entre sus discípulos. El ardor que mostraba en sus explica– ciones se extendía con frecuencia a los mismos exámenes. Eran siempre orales, y entablaba en ellos un diálogo continua– do con los examinados, hasta el punto de que en ocasiones casi no dejaba hablar al alumno y era él que lo hacía. Y es que para el profesor Rivera, en definitiva, la Filosofía no es mera erudición o simple ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN curiosidad, sino una iluminación de la existencia humana y del destino del hombre, un saber de salvación. Decía que no he sido alumno de Rive– ra de Ventosa, pero a pesar de ello puedo dar fe de su bondad y sencillez, así como de su entusiasmo y del rigor de su pensa– miento. Como rector tuve oportunidad de comprobar su humildad, su respeto y disponibilidad para con las autoridades académicas, su gran espíritu de colabo– ración, su capacidad ilimitada de ilusión por la enseñanza y la investigación. No he sido, insisto, alumno suyo, pero sí he sido, y sigo siéndolo, lector de bue– na parte de sus obras, especialmente de dos de las publicadas en plena madurez: San Francisco de Asís en el pensamiento de hoy, y la ya citada de Unamuno y Dios. Son obras que he leído, subrayado y releído con interés, y que ponen bien de manifiesto el amplio horizonte inte– lectual de su autor, así como su fino sen– tido crítico, la agudeza de su ingenio, y la actualidad de sus inquietudes intelec– tuales. El amplio abanico y la actualidad de las inquietudes intelectuales que tuvo du– rante su docencia en Salamanca -pres– cindimos de sus trabajos anteriores- se puede comprobar con la simple mención de los autores sobre los que escribió en función de los problemas del momento presente: desde Séneca o San Agustín, a Sartre, Zubiri, Sciacca, Muñoz Alonso, Mounier, Ortega, Teilhard de Chardin, Huizinga, Guardini, Unamuno, Bergson, Menéndez Pelayo, Kierkagaard o Martín Buber, pasando por Santo Tomás, Nico– lás de Cusa, San Francisco, San Buena– ventura, Duns Scoto, Joaquín de Fiore, Suárez, Quevedo, Fray Luis de León, Kant o Hegel. Los escritos de Rivera de Ventosa han prestigiado no sólo las revistas de la Universidad Pontificia de Salaman– ca -como son Helmántica, Salmanti– censes y Cuadernos Salmantinos de Filosofía- sino otras importantes publicaciones periódicas de contenido filosófico, cultural o teológico -es– pecialmente las vinculadas a la familia franciscana-, y singularmente la re– vista Naturaleza y Gracia de la que fue su primer director. La Universidad Pontificia de Sala– manca ha estado presente por medio del profesor Rivera de Ventosa en numero– sos congresos nacionales e internaciona– les, y le ha alcanzado también, aunque indirectamente, el honor con que le han distinguido diversas asociaciones filosó– ficas nacionales y europeas. No tengo título científico alguno que me legitime para escribir estas líneas acerca de los largos años de docencia del profesor Rivera de Ventosa en la Uni- ANÁLI SIS TEMÁTICO versidad Pontificia. El único título que quizá pueda ostentar, además del de la amistad y el compañerismo, es el de que el día 29 de mayo de 1984, fecha de su última Lección Magistral, me correspon– dió presidir el solemne acto en el Aula Magna de la Universidad. Al terminar la Lección Magistral me correspondió decir unas palabras de des– pedida y de agradecimiento al profesor que culminaba con tanta brillantez su vida académica. Recuerdo que mencioné unas palabras del más famoso de los ser– mones universitarios de San Buenaven– tura: el que pronunció precisamente cuando terminaba su docencia en París. Las palabras eran las siguientes: «Ma– gister est principaliter honorandus, au– diendus, interrogandus». Es digno de todo elogio que los que tanto escucharon y tanto preguntaron al Maestro -y los que le hemos «escu– chado» hablar en sus escritos- cum– plan ahora, una vez más, con este volu– men, el principal de los deberes para con el Maestro: honrarlo. 122/123 ANTHROPOS/117

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