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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN ANÁLISIS TEMÁTICO toda su vida profesora} ha mantenido E. Rivera de Ventosa con jesuitas, siem– pre en términos de amistad y mutuo enriquecimiento. Recordemos sus con– tactos con los profesores de Comillas, Santander, a la sombra de cuya bibliote– ca pasó buenos ratos de estudio y donde pudo comunicar y discutir libremente sus puntos de vista, sus proyectos y perspectivas, de un modo especial con el entusiasta suareciano P. Salvador Cuesta, amistad ya iniciada en Roma. En nuestra Universidad de Comillas trasladada a Madrid, desde 1967, E. Ri– vera ha simultaneado con nosotros su trabajo intelectual, incansable. Horas y horas enfrascado en los libros, servidos por su colega y amigo bibliotecario, P. Alejandro Barcenilla, aquí en Canto Blanco. Charlas con los profesores, Car– los Valverde, Carlos Baciero, Alejandro Roldán, José M." de Alejandro y otros, entre los cuales, naturalmente, me cuen– to. Siempre grata su presencia y trato. Todos le auguramos una feliz, fecunda y larga continuación en nuestros afines campos de trabajo. El franciscanismo del profesor Enrique Rivera Bernardino de Armellada Han pasado ya cuarenta años desde que tuve la fortuna de adentrarme por los ca– minos para mí alucinantes de la metafísi– ca y de la historia de la filosofía bajo la guía del P. Rivera. Sus explicaciones certeras y sobre todo sus amplia y sabro– samente documentados excursus me in– trodujeron ya desde entonces en la inti– midad de su pensamiento. Le oí que veinte años antes, en aquel mismo Cole– gio de Filosofía de PP. Capuchinos de Montehano (Santander), había leído en J. Balmes que el cristianismo se encon– traba librando sus más arduas luchas más allá de sus fronteras. Lo que le llevó a considerar la diversidad de las «escue– las escolásticas» como cuestión irrele– vante comparada con el problema del pensamiento cristiano en el mundo mo– derno. Tal era la razón profunda de que su enseñanza se centrara en lo que con– ceptuaba «patrimonio común» de la es– colástica, de manera que en los alumnos se daban siempre con espontaneidad las dos tendencias clásicas: platónico-agus– tiniano-franciscana, o bien la aristóteli– co-tomista. Esta apertura, sin embargo, no impedía que el profesor Rivera culti– vara con especial intensidad y cariño el pensamiento franciscano, como se podrá ver en esta breve exposición, que le de– dico con admiración y agradecimiento. l. Interpretación de S. Buenaventura: del Bonum diffusivum sui a la concepción del Amor libera/is En su tesis doctoral, publicada sólo en una parte mínima, el P. Rivera abordó el tema del voluntarismo en San Buena– ventura. Entraba en su proyecto inicial el estudio de los tres aspectos del mismo: psicológico, ontológico y místico. Vici– situdes en que la guerra mundial tuvo su parte le impidieron la realización total de su programa, no pudiendo llegar a la ter– cera fase. Contra la tendencia a hacer de San Buenaventura el hombre de la afec– tividad, Rivera lograba descubrir en el doctor seráfico la unidad armónica de la vida psicológica. Mayor relevancia se concedió a la segunda parte de su estu– dio, que venía a ser un comentario real– mente maduro al capítulo VI del ltinera– rium, centrándose en la idea clave de que la raíz de todas las emanaciones divinas es el «ipsum Bonum». Mientras los teó– logos discuten la aplicación que San Buenaventura hace de este principio en la exposición del dogma trinitario, el profesor Rivera se atuvo a la metafísica, tratando de demostrar que en la idea bo– naventuriana el «Bonum» acompaña al Ser prestándole su característica dinámi– ca de expansión y comunicabilidad. El Ser resultaría inerte sin la dinamicidad recibida del «Bonum». Durante años el P. Rivera siguió en esta idea, que veía históricamente vincu– lada a la metafísica platónica. A pesar de que tal visión dinámica, sobre todo en su versión neoplatónica, propende a concep– ciones semipanteístas, para el profesor Rivera eran disculpables las frases de sa– bor emanatista encontradas en San Bue– naventura y tamizaba el «Bonum diffusi– vum sui» con la tesis agustiniana «quia bonus Deus sumus»: Al fin, somos, no por mera difusión metafísica, sino porque lo ha querido la bondad de Dios. Pero el hecho de que ni Santo Tomás ni siquiera J. Duns Escoto aceptaran el principio del Bonum como explicación de las procesiones trinitarias le llevó a repensar el tema. Primero fue la denun– cia de M. Blondel que vio en el Bonum dijfusivum un contraste con el acto libé– rrimo de la creación. A ello se unió el contacto intelectual con su colega, el teó– logo Alejandro de Villalmonte, quien en varios estudios profundiza la significa– ción teológica del amor libera/is. Este concepto feliz de «liberalidad» en su acepción metafísica, no se destaca del principio «Bonum diffusivum sui», pero lo enmarca dentro de la libérrima libera– lidad de Dios, de manera que la filosofía neoplatónica de la difusión se da de la mano con la concepción cristiana del «amor liberalis». Ulteriormente el profesor Rivera se ha ido alejando siempre más de la corriente neoplatónica, al verla lastrada de un radi– cal impersonalismo y una carencia total de sentido de la historia. Sin romper con la corriente platónica, se advierte en Rive– ra un tenso distanciamiento de la misma. La relación de los variados estudios del P. Rivera sobre San Buenaventura se pue– de ver en la bibliografía general que del mismo aquí se ofrece. Los títulos mismos de los trabajos son ya orientativos de la dirección hacia donde apuntan sus ideas. Nunca simpatizó el profesor Enrique Rivera con el espíritu, según él excesiva– mente crítico, de Escoto. Le resultaba especialmente enojoso su análisis nega– tivo de las pruebas tradicionales de la in– mortalidad del alma. Pero siempre admi– ró su genio, asimilando sus grandes ideas: en teología, su cristocentrismo, fundado en la predestinación de Cristo 122/123 ANTHROPOS/105

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