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ANÁLISIS E INVESTIGACIÓN ANÁLISIS TEMÁTICO franciscano. Parecidamente, y aún en mayor escala, la Universidad Gregoria– na, lugar de cita para estudiantes de todo el mundo. Labor de clases y de estudio privado amenizado con encuentros y vi– sitas por el ancho campo romano, mu– seos, monumentos y en particular biblio– tecas. De estas últimas cuatro más dig– nas de mención para su utilización por nuestro estudiante, la del propio centro de la Orden, la Vaticana, la del Estado y la de la misma Gregoriana. En el Cole– gio Español tendrá ocasión de oír una charla del jesuita P. Ulpiano López, pro– fesor de moral en la Gregoriana. Éste co– menta incidentalmente la buena fama de estudiosos de que gozan los estudiantes españoles en Roma. Lástima, añade, que no se traduzca luego esto en frutos de al– tura científica del clero español, por fal– ta, seguramente, de adiestramiento en el método de trabajo científico. Esta prepa– ración es la que busca en Roma E. Rive– ra de Ventosa. La Universidad Gregoriana la consi– deró él siempre como su verdadera alma mater, en su doble sentido de madre amamantadora y fuente de alimento es– piritual (alma-«alo», alimentar). El cua– dro de estudios se regía por la reciente Constitución Apostólica Deus Scientia– rum Dominus, de Pío XI, 1931. Obvia norma directiva para la Universidad Gregoriana tan vinculada históricamente a la Santa Sede. Las disciplinas se divi– dían en principales, auxiliares y especia– les. Las primeras proporcionaban al alumno las bases elementales de la filo– sofía, como un bachillerato. Las auxilia– res giraban en torno a la propia filosofía en cuestiones marginales conectadas con ella. Las especiales daban al profesor la oportunidad de ahondar con más detalle en puntos más importantes de carácter histórico o sistemático. Algunos profesores y materias mere– cen especial mención. A. Naber, profe– sor de historia de la filosofía, por razón de su asignatura y por su propia convic– ción, se sentía con más libertad dentro de la general norma de seguir la doctrina de Sto. Tomás urgida en la Deus Scientia– rum Dominus. En sus iluminadas leccio– nes hacía vivir a sus alumnos los valores de cada sistema, de Parménides a Hei– degger. Apreciando y respetando a Sto. Tomás, se atenía al diseño que de él traza M. Grabmann. Se apoyaba, para su liber– tad, en el mismo ejemplo y doctrina del santo medieval que c01Tegía a Averroes en su excesiva y excluyente estima de Aristóteles. El argumento de autoridad, en materias no de fe, para él, ocupaba el último puesto. El profesor de metafísica, R. Arnou, si en su curso de primero, Metaphysica Ge– neralis, se mantenía en un plano más ele- 102/ANTHROPOS 122/123 mental, en el curso que daba en cuarto año, Historia de las Grandes Metafísicas, con penetrante visión mostraba la traba– zón interna de los grandes sistemas. En la exposición de Plotino, una especiali– dad suya, señalaba los tres pasos, «gres– sus» ascendentes por los que la mente se encumbra más allá de la Inteligencia y del Ser, hasta el Uno. Reflejaba esto bien la pedagogía progresiva que se practica– ba entonces en la enseñanza de los sabe– res humanos. Impacto también especial produjo en E. Rivera de Ventosa el profesor de cuestiones ético-sociales, G. Gundlach quien, en el derecho de gentes, reconocía un extraordinario mérito a Feo. de Vito– ria, lo mejor que había él oído y estudia– do sobre el tema. Confesor y, como se decía, confidente y consultor de Pío XII, tuvo nuestro estudiante ocasión de ver que en ciertas materias, como sobre el derecho de emigración, el Pontífice re– petía en las audiencias públicas lo que había él escuchado unos días antes en la clase de Gundlach. Aunque más alejado de sus temas fa– voritos, los históricos-metafísicos, reci– bió E. Rivera su iniciación en materias más afines a las ciencias naturales y a la filosofía analítica. Así, filosofía de la ciencia del profesor Soccorsi, completa– da aquélla con cursos sobre la teoría de la relatividad, teorías explicativas en el campo de la física, geometría no euclí– dea. El mencionado profesor era un ejemplo de laboriosidad y de dedicación «plena» que, por lo demás, era la cons– tante del profesorado. Era cosa de ver al profesor Soccorsi, asesor técnico de la Radio Vaticano, salir apurado de su cla– se bien blanqueada su sotana con la tiza del encerado. Para la cosmología, su profesor el P. Muñoz Vega, luego cardenal arzobis– po de Quito, se seguía el texto del holan– dés P. Hoenen, de quien se decía ser dis– cípulo de H.A. Lorentz. A la altura y lejanía de un medio siglo el profesor E. Rivera de Ventosa no oculta las sombras que ya percibía en aquellos tiempos de su alma mater. La consigna vinculante de atenerse a Sto. Tomás y de juzgar, incluso, e interpretar los «otros sistemas» a la luz de su doctri– na, cerraba o achicaba muchos horizon– tes. La nota de «filosofía perenne», con– traída a lo aristotélico-escolástico, y a veces a lo tomista, la quería ya entonces ver ensanchada hasta una «perennial Philosophy», cercana al sentido que le da A. Huxley, que englobara, no sólo lo que es Platón, Agustín y otros autores cristianos, sino lo que puede decirse pe– renne y clásico de otras culturas huma– nas. En este sentido se movía en el ar– tículo: «Physis-diatheke. Naturaleza e historia en el pensamiento bíblico y aris– totélico», publicado más tarde en Natu– raleza y Gracia, 18 (1971), 345-365. En la misma línea reconoce y lamenta la esencia de una filosofía de la historia y de la atención al encuentro de las cultu– ras; ninguna disciplina específica para este mundo en su alma mater. Lo com– pensaba en parte la abertura de espíritu con que algunos profesores, los nombra– dos antes, se movían en el terreno de la historia de los sistemas. Complemento de esta formación más académica vale recensionar lo que reci– bió también de algunos jesuitas en otros campos de cultura, v.g. la música sacra y el arte. Tuvo E. Rivera ocasión de oír al jesuita P.E. Kirschbaum, arqueólogo, investigador por entonces de la cripta de S. Pedro. De él oyó conceptos luminosos sobre el arte del Greco, el gran artista cristiano, que asumía plenamente el es– píritu de Trento vivido en tierra españo– la, especialmente en Toledo. Con el es– quema ternario de Hegel, idealismo, rea– lismo y subjetivismo, daba Kirschbaum un grandioso panorama de desarrollo que, si bien en ocasiones parecía forza– do, era siempre incitante y aleccionador. Todavía dentro del marco de la filoso– fía, el estudiante E. Rivera de Ventosa descubrió pronto un campo de singular afinidad con su espíritu, el de la filosofía de la historia en el contexto de las gran– des síntesis doctrinales del pensamiento cristiano, tema de uno de sus artículos en Salmanticensis, año de 1971. Esto era rebasar el obligado marco, en general en la Gregoriana, la necesidad, sentida por alguno de sus profesores, de ir «más allá» de Sto. Tomás. Esto constituyó para después uno de los principales cen– tros de su interés intelectual e histórico y al que consagrará más tarde sustantivos estudios. Como corona de sus cuatro años de estudio en la Gregoriana mencionemos tres hechos, su examen final, de «uni– versa philosophia», la exercitatio ad li– centiam (tesina), y la tesis doctoral. Por tribunal en el examen tuvo a cuatro no– tables profesores, P. Dezza, rector en– tonces de la Universidad Gregoriana y luego delegado pontificio en sustitu– ción del P. Pedro Arrupe, el P. Muñoz Vega, más tarde también rector, A. Na– ber y J. Goenaga, profesor de ética. Con A. Naber pudo sostener un animado co– loquio sobre las conexiones y contrastes entre los grandes pensadores, desde Pla– tón a Kant, de Aristóteles a Hegel. En la tesina, sobre la definición de la libertad de Sto. Tomás, se adentró en las posicio– nes matizadas de Sto. Tomás y S. Bue– naventura en la interpretación de la li– bertad. Mientras Sto. Tomás insiste en el papel del entendimiento, como funda-

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