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EDITORIAL la vida humana. Este descubrimiento del valor de las «sabi– durías sapienciales» va a dar lugar a varios trabajos en torno a Sabiduría y filosofía, a través de los cuales va adquiriendo una mayor conciencia de su importancia y de las limitaciones de la filosofía occidental. Todo ello le lleva a ver en el arte nuevos aspectos como configurador de la vida. Descubre así la tesis de San Agustín sobre la sabiduría cristiana y al contacto y lectura de los SS.PP . surge el concepto sintético y expresivo de paideia cristiana, en que predomina la experiencia bonaventuriana de la teología como sapiencia vital. Se enfrenta con este tema en su trabajo sobre Unamuno que titula Dios como «vivencia» y como «concepto». Lo que destaca en este segundo momento es el carácter sapiencial y práctico de la experiencia del co– nocimiento frente a un saber meramente especulativo y cru– damente racional. Lo que importa de verdad al conocer es aprender -paideia- a vivir, y en el caso que nos ocupa, se– gún la mediación de Jesús de Nazaret. El tercer momento de su hacer la verdad le produce un ahondamiento más radical y revolucionario. Sobrepasa algu– nas propuestas de Heidegger del hombre como vigía, pastor y peregrino del ser y profundiza bajo su estímulo en la naturaleza divina del fenómeno poético. Toma como paradigma de este caminar a Fray Luis de León en Los nombres de Cristo cuan– do entiende la poesía como «una comunicación del aliento ce– lestial y divino[ .. .]». Así los poetas-según el pensamiento de Platón- estaban endiosados y serían «intérpretes de los dio– ses». Valora la genial intuición de M. Heidegger cuando afir– ma que toda palabra - das Wort- es ya siempre una respuesta -die Antwort- pero no su aplicación ni sentido filosófico que adquiere en su obra. El verdadero semillero de la sentencia hei– deggeriana se encuentra no en el pensamiento secularizado sino en los profetas y poetas, ambos habitan juntos en ese to– rrente de sabiduría sapiencial de las más altas culturas. Su lí– nea de pensamiento se fundamenta en San Agustín De Ma– gistro. ¿Cuál es el origen primero del lenguaje? Los alumnos piensan haber sido instruidos por la palabra del profesor, pero en realidad lo importante es que «se da una luz interior que les ilumina internamente en su conocer y que proviene del que es maestro de todos y que habita dentro de nosotros[ .. .]». San Buenaventura sigue este hilo que expresa como eco y comen– tario en su discurso «Christus, unus omnium magister». Tam– bién señala y resalta el tratado De Magistro , quaestiones de ve– ritate , XI, de Santo Tomás, que merecería una mayor estima. Lo que importa son las verdades «que han guiado a la huma– nidad durante milenios». El cuarto momento se centra en el proceso de cómo se lle– ga al conocimiento sapiencial y al filosófico científico, esto es, el paso de una filosofía del concepto a una filosofía de la in– tuición. En verdad, en su caminar hacia la intuición va de la mano de M. de Unamuno. Encuentra en H. Bergson su plan– teamiento técnico. Este doble plano de lo conceptual e intuitivo se impuso ya en sus experiencias desde sus primeros años uni– versitarios. Desde entonces descubre en la introducción a la metafísica de H. Bergson el nuevo «Discurso del método para el siglo XX». Con todo se siente durante largos años atenaza– do por la filosofía «del concepto». Pero desde siempre añora– ba «asomarse a la otra vertiente de la intuición. Y hasta vivir en ella». Su añoranza va a encontrar aliento y fundamento en la lectura de los místicos cristianos, en los libros sapienciales y 8/ANTHROPOS 122/123 proféticos de la Biblia. «Una y otra lectura - dice- me ponían en camino de la intuición». Busca en ello «un acercamiento, una penetración, si ella fuera posible, a lo vivo y concreto». En esta línea van sus lecturas de autores interioristas: S. Agustín, S. Buenaventura, la Escuela franciscana, los .grandes místicos españoles, etc. Y todo ello le lleva a inquirir sobre las vías de acceso a las otras conciencias; es lo que encuentra en las corrientes dialógicas y personalistas actuales. Un fruto de esta perspectiva es su libro Vivencias primarias del alma de S. Francisco . Lo que de verdad le importa ahora es alcanzar «con exquisita finura mental el conocimiento directo del otro por vía de la intuición». Pero teniendo siempre en cuenta que «intuición y concepto no se oponen; se complementan». Sus propuestas encuentran confirmación en el arte -el Greco-, en la literatura sapiencial y en algunos pensadores modernos como Ortega y Gasset entre otros. La cuestión termina con la pregunta actual «por los orígenes de lo sagrado en la historia de la humanidad». Su proceso de ir haciendo verdad, pues, pue– de sintetizarse en el tránsito del concepto a la intuición. «El uso del concepto ha ido cediendo el paso ante la primera fuerza mental: la intuición.» El segundo aspecto del programa intelectual se centra en el amor. Y comienza por una definición clara y precisa de la re– lación afirmativa entre afectividad y razón. Señala el magní– fico valor que en este sentido encuentra en la Escuela fran– ciscana, en la que se siente inserto con libertad de espíritu y no con obligación estricta de seguir sus opiniones. Demuestra su tesis a través de una lectura y estudio en profundidad, largos años de meditación, de la obra de San Buenaventura y J. Duns Escoto, en quienes observa con detenimiento y detalle el gran valor que conceden a la razón y al afecto como talante vital. Pasa, después, en el desarrollo de su forma mentis et vitae a se– ñalar sus amplios estudios sobre el amor, cuyo eje va a ser «el amor cristiano como plenitud del amor interpersonal», cuyo tema se va enriqueciendo con el tiempo hasta constituir «la au– téntica visión cristiana de la historia». Su rigor analítico en el análisis de los diversos conceptos y términos del amor es am– plio y vigoroso. Todo ello se va a concretar en un detenido es– tudio sobre el agape, el amor personal y los diversos contextos en que aparece en los varios matices de la tradición bíblica, pa– trística y mística. Su punto de arribada es la vinculación del amor con la persona. Y concluye este apartado con estas pa– labras: «debo ahora añadir que en el amor contemplo la más in– comparable visión de la historia, cuyo eje es Cristo». Y pasa al tercer tema, es decir, la «Recapitulación de todo en Cristo: la anakephalaiosis como visión cristiana de la historia». Se en– cuentra aquí de nuevo con pensadores profundamente cris– tianos como M. Blondel y P. Theilhard de Chardin , y la polé– mica de la filosofía cristiana. Destaca en estos autores - muy sensibles a algunos problemas de la contemporaneidad- su concepto del devenir y su concreta aplicación a la cosmogé– nesis que descubre más cercana al pensamiento bíblico. Es apa– sionante seguir todo el proceso de elaboración y matización de estos conceptos y experiencias que vincula profundamente con la mejor tradición de S. Agustín, S. Buenaventura y J. Duns Es– coto, con quienes desentraña el plan cósmico en el que «Cris– to Jesús es Principio y Fin, Alfa y Omega». Y como conclusión de este amplio y detenido análisis formula su visión de la his– toria como recapitulación de todas las cosas en Cristo. Ve la

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