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almas, como religioso que reza, como ministro de los sacramentos y como director de conciencias. Ya cuando vivía en Pietrelcina había ensanchado en torno a sí un influjo considerable con algunas almas, mediante cartas portadoras de luz. Por haber tomado provisionalmente la direc– ción de un alma, el 16 de febrero de 1915, descubría, desde Pie– trelcina, la "rabia" que "aquel feo animalucho de satanás" mos– traba contra él: "Me las hace de todos los colores. También a aquella pobrecitá... le está haciendo la guerra". Al día siguiente de su llegada al convento de Santa Ana se le busca como director, hasta el punto de encontrarse en el centro de un movimiento de espiritualidad que cobra intensidad, gracias a su ayuda. "Ha de saber -escribe desde Foggia el 23 de agosto de 1916- que no me dejan libre ni un momento. Una multitud de almas, sedientas de Jesús, se me echa encima hasta obligarme a llevarme las manos a la cabeza". Tan "abundante cosecha" le alegra en el Señor, porque éste es más amado cada día, pero al mismo tiempo es para él, teniendo en cuenta su estado espiritual y físico, "muy pesado". El l de septiembre informa: "Tengo que aguantar muchísimos trabajos en bien de las almas, que no me dejan un instante de tiempo libre". Su superior, el P. Nazareno, refiere diversos casos de almas que acuden al P. Pío: un joven ciego que implora el don de la vista, una madre que pregunta por la suerte que ha corrido su hijo en la guerra, una señora de Nápoles que pide o la vista o la muerte para un hermano suyo ciego, pero violento. María Garga– ni (que llegará a ser en 1936 fundadora de las Hermanas Apóstoles del Sagrado Corazón), en 1916, desde San Marcos la Catola donde da clases, pide al P. Pío dirección espiritual por carta. El padre escribe a otras almas, entre ellas Raquelina Russo. Revelan al P. Pío como hombre de Dios y maestro seguro aquellos pen– samientos, aquellas breves -a veces brevísimas- máximas que, escritas en estampitas, daba a algunas predilectas hijas espiritua– les, como también aquellas notas o brevísimas cartas, que infun– dían ánimos. 77

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