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pedían por obediencia. "La misa del P. Pío -son palabras del superior- era un poco larguita y yo... tenía que pedirle que fuese un poco más de prisa y alguna vez me tomé la libertad de tirarle del alba. Piuco obedecía inmediatamente". Donde la orden del superior no podía penetrar para suavizar aquella guerra sin cuartel era en las íntimas profundidades del espíritu del P. Pío. Aquí la paz no se perfilaba siquiera. Al con– trario. "El pobre enfermo" abre su alma con ecos de batalla desde Foggia el 27 de febrero de 1916: "El cielo ... parece que se me ha vuelto de bronce; una mano de hierro se posa sobre mi cabeza: es la que me empuja lejos, lejos, constantemente". La descripción insiste en lo de la "mano... cruel... pesada... que rechaza", para terminar implorando del P. Agustín compasión "de un pobre ciego. que marcha perdido en la más negra oscuridad de una noche profunda". Atestigua de sí mismo: "Desde ahora... la víc– tima ha subido ya al altar de los holocaustos y por sí misma se va extendiendo sobre él: el sacerdote está ya a punto de inmolarla". Sobre las penas dolorosísimas del alma -que lo vuelven "com– pletamente ciego", "envuelto en una noche muy profunda", sin luz, en el "despertar de todas las pasiones, excepto una", en una "infinidad de temores"- insiste la confesión del torturado capu– chino, del que nos sentiríamos tentados a dudar si no conociéra– mos su sinceridad, que se desahoga únicamente con sus directores espirituales. Por bondad de Dios el P. Pío, en medio de ese océano amargo y revuelto, gusta "una gota de alivio". "Una sola vez -escribe desde Foggia el 18 de marzo de 1916- he sentido en la parte más secreta e íntima de mi espíritu una cosa tan delicada, que no sé cómo poder darla a entender. En primer lugar, y sin verla, el alma sintió ante todo la presencia de El y en seguida, lo diré así, se acercó tan estrechamente al alma, que ésta advirtió plenamente su toque, justamente, para dar de ello una pálida figura, como suele ocurrir cuando nuestro cuerpo toca estrechamente a otro ... Al principio se tomó un pavor muy grande, que a poco se fue cambiando en una embriaguez celestial. Me pareció que había dejado de pertenecer al estado de viador". Como Pablo de Tarso y como Teresa de Avila, el P. Pío no acierta a decir si, cuando ocurrió este toque sustancial, esta estrecha unión, estaba o no 75
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