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otros". Sobre este hecho le llamó la atención el superior el cual, dada la afección tuberculosa, se lo prohibió por razones de higie– ne y de salud. Por exigencias de la tranquilidad de la comunidad, el superior le prohibió extrañas... detonaciones. Parecía que, con la llegada del P. Pío al convento de Santa Ana, el mismo diablo hubiera entrado en casa. Este, cuando tentaba al "fraile enfermo", sobre todo por la tarde, causaba unos estruendos y ruidos tan fuertes, que aterrorizaba a todos los frailes. Estos no querían estar nunca solos y daban de aquellos fenómenos mil interpretaciones. Pero la verdadera explicación -la única- la dio el P. Pío, por obe– diencia, al superior que le preguntó: "Me refirió -habla siempre el P. Nazareno- que el demonio le tentaba con todas las fuerzas y que entre ellos se libraba una dura batalla". Y terminaba: "Y yo, con la gracia de Dios, venzo siempre". . Preguntado luego sobre la razón de las detonaciones, el P. Pío decía que "satanás se disparaba por la rabia", o más sencillamente que hacía estruendo. Después del ruido, que indicaba el final del cuerpo a cuerpo entre el maligno y el fraile, "el P. Pío estaba bañado en sudor y necesitaba mudarse de pies a cabeza". El superior conjuró al P. Pío para que pidiese a Dios que no volviese a permitir aquellos alborotos, por la paz de todos. El P. Pío rezó. Desde entonces "volvió la calma al convento". Estas cosas nos resultarían increíbles si no nos las contasen personas dignas de crédito. Hubo también entonces -como era de esperar- incrédulos, decididos a no creer si no veían. Entre éstos estaba Mons. Andrés D'Agostino, obispo de Aria– no Irpino, el cual oyó con sus propios oídos el estruendo. Y creyó. Aparte de estos fenómenos que, durante algún tiempo causa– ron pavor al atardecer, en la media hora de recreo después de la cena, el P. Pío se alegraba y alegraba a los otros, mostrándose como el hombre más normal y sereno del mundo. Lo atestigua el superior, P. Nazareno: "Se encontraba muy bien entre nosotros, nunca le faltaba la palabra amena y luego, cuando contaba alguna anécdota, era tan feliz que no cansaba; por el contrario, daba gusto oírle". El superior se alegraba también de tener en su comunidad un fraile tan obediente que llegaba a acortar sus misas cuando se lo 74
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