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para atender a una enferma, continúa atado por sus mismos superiores a aquel mundo que odiaba. El motivo es también de caridad: asistir a una gran enferma, la humanidad, siempre nece– sitada de purificación. No volvería a Pietrelcina en forma estable, porque su ministerio sacerdotal se debía a unos horizontes más amplios, confinantes con el mundo. Le aguardaba una gran mu– chedumbre de almas. Todo ello era debido al interés mostrado por Rafaelina Carese, la cual "se había inmolado por el P. Pío a fin de que volviese definitivamente al convento y con sus confe– siones hiciese mucho bien a las almas". Le costó volver al convento. En una carta del 23 de febrero de 1916 al arcipreste de Pietrelcina, le pedía la "fuerza" necesaria "para hacer este último acto de inmolación" y pedía oraciones "a fin de que la víctima fuese digna con Dios". La llegada del P. Pío -veintinueve años- a Foggia fue como un aterrizaje en el viejo convento de Santa Ana, después de la prolongada estancia en Pietrelcina en busca de los aires nativos y en espera de recobrar la salud. Había pasado por una decena de conventos -cuatro en la Campania (Morcone, Montefusco, Be– nevento, Gesualdo), tres en el Molise (San Elías, Venafro y Cam– pobasso), dos en las Pullas (San Marcos y Serracapriola)- en algunos de los cuales había vivido un año o poco más, en otros, meses e incluso semanas. En un largo caminar, durante treinta años de su vida, atracó en las Pullas, región del extremo suboriental de Italia, entre el río Fortore y los mares Adriático y Jónico. Aquí, en dos días de camino, llegará a Foggia, al convento de Santa Ana, el 17 de febrero de 1916, primero; luego a San Giovanni Rotondo, al convento de Santa María de las Gracias, en el que vivirá desde el 28 de julio de 1916 hasta su muerte, durante cincuenta y dos años seguidos. El convento de Santa Ana, en Foggia, estaba por entonces fuera de la ciudad, capital de provincia y de la Capitanía. Se iba a él por un camino mal empedrado. El convento, muy pobre, estaba rodeado de casas más pobres aún, de planta baja, con las que contrastaba en forma hiriente el vecino y pintoresco complejo barroco de la iglesia del Calvario, precedida de cinco capillas con cúpula. Más allá de las casuchas de la periferia comenzaba la campiña. Para aquel "fraile enfermo" no parecía ser Foggia la ciudad 72
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