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Las "divinas disposiciones" habían en el entretanto permitido que el fraile misteriosamente enfermo fuese sumergido en la noche que los místicos califican de oscura. Todavía el 5 de enero de 1916, el P. Pío escribía desde Pietrelcina: "Jesús me va embria– gando cada vez más de sus dolores .. . Me encuentro muy mal; estoy pagando los esfuerzos realizados durante el tiempo de la última prueba". El 4 de enero, pensando en una muerte no lejana, declaraba que veía que desaparecían "los pensamientos molestos, las preocupaciones punzantes, el hastío de la vida, todo aquel manojo de amarguras, de fastidios, de molestias, de desengaños, de penas, que apesadumbran al alma". Añadía que, desde hacía poco, al volver de aquella soñada liberación a la realidad, sentía que toda su vida anterior "le pesaba" sobre las espaldas: "Me siento como despedazado bajo el peso de mi prolongado destie– rro , que todavía continúa. Cierto que un paso más ... y la cruz\ será plantada en el Gólgota, pero hay que reconocer que el paso que falta para plantar la cruz, todavía exige tiempo, y agonizar luego alli con Jesús lleva tiempo". Si bien había definido el actual estado de su espíritu como "estado realmente nuevo del que me horroriza tener que hablar" (Pietrelcina, 14 de enero de 1916), con todo hablaba de ello al P. Agustín en una carta de finales de enero: "Hace tiempo que mi alma se encuentra sumergida día y noche en la profunda noche del espíritu. Las tinieblas espirituales me duran horas larguísimas, días larguísimos y con frecuencia semanas enteras... No sabría decirle si me encuentro en el infierno o en el purgatorio... Es un continuo desierto de tinieblas, de abatimiento, de insensibilidad, es la tierra natal de la muerte, la noche del abandono, la caverna de la desolación. Aquí se encuentra la pobre alma alejada de Dios y a solas consigo misma... Arrancada de su esposo, lacerada hasta en las partes más recónditas, no sabe qué hacer en esta noche densísima... En esta noche de oscurísimas tinieblas mi es– píritu camina a ciegas a a la ventura, mi corazón se encuentra disecado, las fuerzas aplanadas, los sentidos extenuados. Me en– cuentro dentro de un combate, suspiro, lloro, me lamento, pero todo inútil". Es en esta tiniebla y soledad donde hay que buscar la luz que nos explique el vaivén psíquico y espiritual del P. Pío en torno a su vuelta al convento, como "oveja perdida" -como él mismo se autodefine- llamada al redil. 68
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