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-obediente como era y como aparece en todas sus actuaciones, • aún las más mínimas- , hubiera sin más dejado Pietrelcina sin pestañear. Nos convence de su espíritu de obediencia el hecho de haber recurrido a otros , doctos y competentes y de cuya palabra se fiaba (No hay que ver en ésos a los PP. Benito y Agustín, que justamente eran de opinión contraria). A estos consejeros les daba la razón también el P. Evangelis– ta de San Marcos en Lamis, que fue superior suyo en Venafro. Este, en una carta diáfana, escrita al superior General de la Orden el 3 de diciembre de 1911, había razonado con hechos patentes la imposibilidad del P. Pío de vivir en el convento: "Enfermo desde hace ya tres años, no puede retener ningún alimento en el estóma– go, a no ser en su pueblo. Durante casi dos años ha respirado los aires natales y allí no ha vuelto a sufrir vómitos , en tanto que cada vez que ha ido a un convento, aunque sólo sea por un día, se ha visto sometido a graves dolores, sobre todo al vómito. Hace mes y medio que está aquí y puedo decir con sinceridad que no ha retenido nunca el alimento ni un cuarto de hora. Además hace dieciséis o diecisiete días que está en cama y no retiene ni una cucharadita de agua". El mismo P. Evangelista había añadido: "Está demostrado con hechos que, apenas viene al convento, en seguida le comien– zan los vómitos y le duran mientras está en él. Apenas pone los pies en su pueblo natal, por lo menos el estómago se serena. ¿Será voluntad de Dios que este pobre padre deba estar siempre en su casa? Todos atestiguan que es un excelente sacerdote, y por lo mismo ni de lejos desea estar en su casa... " El P. Evangelista había justificado su recurso a los superiores mayores de la Orden, denunciando con palabras enérgicas la imposibilidad de una vida sin alimentos: En mi recurso "obro movido por la conciencia, por parecerme que sería tentar a Dios el que un fraile esté en el convento y que pueda vivir sin comer nada". En conclusión: la no entrada en el convento la veía el P. Pío como imperativo de conciencia y no quería admitir ni la sombra de pecado ni la voluntaria abreviación de la vida, de la que sólo Dios es dueño. Con el P. Agustín, muy. metido en el asunto, intentaremos desvelar el misterio. "Para mí - escribe el P. Agustín- es siempre un misterio y me resigno a las divinas disposiciones". 67
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