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do querer decirlo todo, no podría... El corazón de Jesús y el mío... se fusionaron. Ya no eran dos los corazones que latían, sino uno solo. Mi corazón había desaparecido como una gota de agua que se pierde en el mar. Jesús era para mí el paraíso, el rey. Mi alegría era tan intensa y profunda, que no me fue posible contenerme más tiempo. Las lágrimas más deliciosas me bañaron el rostro... Cuando el paraíso se vierte en un corazón, este cora– zón, afligido, desterrado , débil y mortal, no lo puede soportar sin llorar". Tras estas alegrías inefables, retorna el maligno. Golpea al pobre fraile con disciplinas de hierro y le atormenta mortalmente. Aquellos feos bandidos, aquellos "impuros apóstatas" hasta eso llegan. El P. Pío escribe el 18 de enero de 1913: "Estaba ya avan– zada la noche; comenzaron el asalto con un ruido endiablado .. ; yo, en lugar de amedrentarme, me dispuse a la pelea con una sonrisa burlona en mis labios. Entonces sí que se me presentaron bajo las formas más horripilantes, y para hacerme caer comenza– ron a tratarme con guante blanco. Pero, gracias al cielo, los despaché a mi gusto, tratándolos como se merecen. Y cuando vieron que sus esfuerzos se deshacían en humo se acercaron a mí, me derribaron en tierra y me golpearon de lo lindo, tirando por los aires almohadas, libros, sillas, lanzando al mismo tiempo gritos desesperados y pronunciando palabras muy sucias. Menos mal que las celdas vecinas y la que está debajo de la mía están deshabitadas". El 13 de febrero de 1913 el atormentado fraile informa: "Han pasado ya veintidós días seguidos, ·en los que Jesús permite a éstos que desfoguen su ira contra mí. Mi cuerpo... está todo lleno de magulladuras por los golpes que ha aguantado hasta el presen– te de manos de nuestros enemigos. Más de una vez han llegado hasta quitarme la camisa y a golpearme en tal estado". Esta manera de vivir, entre vejaciones diabólicas y dulcísimos éxtasis, dura todo el tiempo que permanece en Pietrelcina. Tam– bién se alternan infierno y paraíso durante el breve período de tiempo pasado en el convento de Venafro (Campobasso) y en los siete meses escasos que permaneció en el convento de Santa Ana - Foggia- desde el 17 de febrero a principios de septiembre de 1916. Es una experiencia superlativamente angustiosa, un drama que durará años, atormentando cuerpo y espíritu. Es la vía puri– ficativa para la intimidad con Dios. 60

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