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de modo que pude tratar con él con confianza, ayudarle a misa, a pesar de su oposición, ver sus manos y besárselas y dialogar con él en amigable conversación. Mientras hablábamos, yo observaba cualquier movimiento suyo, cualquier contracción del rostro, cual– quier destello de su mirada. Ydesde aquel encuentro, a través de su reserva exterior, tuve la intuición, un tanto oscura, del misterio que guardaba dentro. Descubrí en su rostro cierto temblor, acom– pañado de la invocación, apenas perceptible: "Jesús mío, miseri– cordia". La impresión poco favorable del ambiente no sólo no llegó a turbar mi viva impresión del hombre de Dios, sino que más bien me la afianzó, como reacción. Así se ha mantenido intacta en mi espíritu hasta hoy, a través de los avatares tristes y gozosos del P. Pío, que yo seguí desde lejos con un profundo interés, incluido el tiempo en que fui asesor del Santo Oficio. Este hombre, sin ninguno de los resortes que suelen aupar y sostener (durante algún tiempo) la fama de los hombres del mun– do -agudeza de ingenio, cultura, elocuencia, poder, riquezas, sagacidad, audacia en los negocios-, ha ejercido durante medio siglo, desde su humilde celda de religioso pobre, un influjo irre– sistible en Italia y en el mundo entero, conquistando y atrayendo hacia sí, para orientarlos a Dios, hombres de todas las clases, desde la mujercita de pueblo hasta los personajes de las altas esferas del pensamiento y de la acción. Todos sacaban, al contacto con el P. Pío, una impresión semejante a la mía, a veces incluso más fuerte, bajo el impulso del sentimiento. He tenido ocasión de tratar con más de uno de esos personajes. Pero quiero limitarme a mí propia experiencia, que me ha permitido contemplar el fenómeno · del P. Pío y me ha hecho intuir el misterio. Yel misterio del P. Pío es el de los elegidos de Dios: misterio de amor y de dolor. Reflejo del misterio de Cristo, que toma sobre sí todo el dolor y todo el amor de la humanidad, pero purificados y transformados en fuerzas vivas de redención y de salvación eternas. Yel P. Pío reproduce en su vivencia y en su misterio a Cristo, amor inmolado por la vida de los demás. El misterio del P. Pío se trasluce, más que por otros docu– mentos , por sus cartas de dirección espiritual, dirigidas al P. Be- 6

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