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victorias. "En la estación veraniega - le confía el P. Pío al P. Ra– fael de San Elías en Pianisi- iba siempre al campo de la Campa Romana, y los míos - tíos y primos- me levantaron una cabaña de paja arrimada a aquel árbol. Era allí donde me pasaba días y noches al fresco, respirando aire puro y sano . En aquella cabaña, que para mí había llegado a ser una verdadera capilla, hacía todas mis prácticas piadosas y en ella oraba día y noche". La cabaña cabe el olmo sigue siendo testigo de visiones diabólicas. En abril de 1951, aludiendo a esta cabaña, confesará el P. Pío: -Nadie sabe lo que allí ocurría de noche. Y hacía con la mano señales de estar apaleando. Bajo aquel olmo, en 1910, el P. Pío se percata de unos extra– ños dolores en las manos y los pies. Se lo comunica un año más tarde a su director espiritual, el P. Benito -la tardanza era debi– da a aquella "maldita vergüenza"-, en carta del 8 de septiernbre de 1911 , porque el fenómeno se había repetido la tarde anterior. "En medio de la palma de la mano se me ha presentado una mancha roja, de la extensión de un céntimo, acompañada tam– bién de un dolor fuerte y agudo en medio de aquel rojo. Este dolor era más sensible en medio de la mano izquierda. Tanto que todavía perdura. También bajo los pies siento un poco de dolor". Este fenómeno, que el paciente declara no saber "ni explicar ni comprender", se repite en marzo de 1912: "Desde el jueves por la tarde hasta el sábado, como también el martes, se da en mí una tragedia dolorosa: el corazón, las manos y los pies me parece como si los atravesara una espada. Tan grande es el dolor que siento". Desde el 23 de agosto de 1912 la intensidad del amor de Dios, en un intento de descubrir cuanto se opone a la total transforma– ción del amante en el Amado, hace probar al P. Pío heridas y llagas que los místicos llaman "heridas" y "llagas de amor". El padre describe una de esas heridas, sentida el viernes, 23 de agosto de 1912: "Estaba en la iglesia para dar gracias después de misa cuando en un instante sentí que me herían el corazón con un dardo de fuego tan vivo y ardiente, que creía morirme.. . Me parecía como si una fuerza invisible me sumergiese totalmente en aquel fuego ... ¡Dios mío, qué fuego! ¡Qué dulzura! De estos trans– portes de amor he sentido muchos, y por algún tiempo me en– cuentro como fuera de este mundo". Bajará a detalles en una carta del 24 de enero de 1915: "Paré- 58

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