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P. Pío se encontraba entonces de tal forma absorto en la oración, que pasaba más de una hora sin seguir adelante. Su misa era tan larga que la gente huía de ella, porque como tenían que ir todos al campo a trabajar, por tratarse de un pueblo agrícola; no podían estarse las horas muertas en la iglesia rezando con él". Es probable que su madre haya asistido con frecuencia a las misas del hijo. De una misa - celebrada en Pietrelcina el 1 de _mayo- da fe el P. Pío de que asistió una madre, la Virgen: "Cuánto me quiere. Lo he comprobado una vez más a comienzos de este mes. Con qué esmero me ha acompañado al altar esta mañana. Me parecía como si ella no tuviese otra cosa en qué pensar sino en mí solo, llenándome totalmente el corazón de santos afectos". Bajo el olmo de la Campa Romana El P. Pío cuando no está en casa, en la iglesia o en la "Torre– ta" estudiando, parte de Vico Storto y se dirige a la Campa Romana, sobre la colina ondulante de mieses y de altos olmos por ver si puede calmar aquel "fuego" que le va consumiendo. El tío Horacio, con el dinero que trajo de América después de su segundo viaje, había logrado alargar su propiedad: una casa, en la esquina entre las calles de Santa María de los Angeles y la iglesia de Santa Ana, frente a la Salita Castello, y en la Campa Romana un poco de terreno, con una cabaña para guardar las viñas y una casería, o sea un edificio de 13,25 metros cuadrados, con el techo de vigas de madera y el pavimento de guijarros, paredes sin encalar, un ventanuco y una puerta de entrada. En la Campa Romana -horizontes abiertos y aires sanos de los campos- el P. Pío se pasa gran parte del día, y en verano t~mbién la noche. Se sienta a la sombra de un olmo para rezar el breviario y continuar luego en oración. Desde niño la sombra de aquel olmo había sido testigo de muchas de sus oraciones y de sus penas. Los suyos "sospechaban que algo extraño ocurría debajo de aquel olmo", Allí habían comenzado pruebas y combates del alma, los ataques y molestias del enemigo. Es un nuevo motivo de que se sienta atraído por aquel olmo, que le recordaba tantas 57