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nancio de Lisle-en-Rigault, comunica el 5 de julio de 1910 al P. Benito la dispensa de nueve meses, obtenida de la Congrega– ción de Religiosos con fecha del 1de julio. Examinado en la curia arzobispal de Benevento el 30 de julio con resultado favorable, el miércoles, 10 de agosto, fray Pío recibe la ordenación sacerdotal en la capilla de los canónigos de la catedral de Benevento de mano de Mons. Pablo Schinosi, arzo– bispo de Marcianópolis. Está presente su madre. El padre ha vuelto a cruzar el Atlántico y se encuentra en Buenos Aires. El día de su ordenación -festividad del diácono mártir San Lorenzo- el nuevo sacerdote, en una estampa-recordatorio, se traza un programa que le clavará, como a Cristo, de quien es ministro, definitivamente a la cruz: "... Contigo sea yo para el mundo / camino, verdad y vida / y para ti, sacerdote santo / víctima perfecta". Cuatro días más tarde, el 14 de agosto, Pietrel– cina está en fiestas por la primera misa de uno de sus hijos, ordenado sacerdote. El sermón corre a cargo del P. Agustín. En aquellos días el P. Pío escribe "acerca de la gran emoción que su espíritu ha experimentado". Confiesa: "Mi corazón desborda de alegría y se siente más fuerte cada vez que le sale al paso alguna aflicción". No faltan consuelos y sufrimientos, en medio de la inmensa alegría de sentirse entregado al trabajo sacerdotal. El nuevo sa– cerdote goza por una conquista pastoral. Estaba gravísimo su antiguo profesor don Domingo Tizzani, aquel que había dejado el sacerdocio. Nadie, y menos los sacerdotes, osaban entrar en su casa, a la que miraban de reojo y consideraban como excomul– gada. Allá va el P. Pío. El encuentro , pleno de emoción, termina en confesión, entre las lágrimas del misacantano y del ex sacerdo– te. Por esta conversión hubo alegría en todo el pueblo, que desde entonces apreció a aquel frailecito Forgione, tan celoso. La iglesita de Santa Ana, a dos pasos de la casa de fray Pío, que le había recibido para el bautismo, la confirmación y para tantas oraciones, hechas en la soledad y sin que nadie lo notase, es ahora testigo de sus misas. A veces baja a celebrar a la iglesia de Santa María de los Angeles. Mientras dice misa tiene una devoción muy suya, que a veces le hace perder el sentido del tiempo. Tarda una hora o más. Quien le vio, el sacerdote y paisano suyo don José Orlando, declara que "su santa misa era un misterio incomprensible... El 56
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