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causado por las susodichas llamas, una suavidad en extremo excesiva que me hace arder por el gran amor de Dios... Estoy enfermo, y enfermo del corazón. Ya no puedo más ... No encuen– tro otro remedio a mi dolencia del corazón sino el de quedar un buen día consumido por estas llamas que queman y no matan. Y no crea usted que es solamente .el alma la que participa de semejante martirio. También toma parte en él el cuerpo en un grado elevadísimo, si bien en forma indirecta. Mientras dura esta actuación divina, el cuerpo viene a encontrarse incapaz de nada" De esta "actuación divina" brota la más genuina alegría, cau– sada y sostenida por el amor y el dolor. "No deseo otra cosa que amar y sufrir". "Estoy contento incluso en medio de estas aflic– ciones, porque son también grandes los consuelos que nuestro buen Jesús me da a gustar casi a diario". "Sufro, es verdad, y sufro mucho, pero estoy contentísimo, porque aun en medio del sufrimiento no cesa el Señor de hacerme sentir un gozo inde– cible". En una carta llegará a hablar de "fortísimas indigestiones espirituales", causadas y causantes a un tiempo de "vivísimo dolor y amor". Hasta deseará la muerte como último "remedio a la... dolencia del corazón". Para soportar los sufrimientos del ·cuerpo lo mismo que los del alma, y al mismo tiempo para explicarlos, había de por medio una ofrenda: Fray Pío da cuenta de ella al P. Benito en una carta desde Pietrelcina, el 29 de noviembre de 1910, y, como a director espiritual, pide permiso para renovarla. Se trataba de "una nece– sidad" sentida hacía tiempo, un deseo que fue aumentando, "una fuerte pasión": ofrecerse al Señor como "víctima por los pobres pecadores y por las almas del purgatorio". "Varias veces hice esta ofrenda al Señor, conjur,ándole a que haga recaer sobre mí los castigos que están preparados para los pobres pecadores y los de las almas del purgatorio, incluso centuplicándolos sobre mí, con tal que convierta y salve a los pecadores y admita pronto en el paraíso las almas del purgatorio; pero ahora quisiera hacer al Señor este ofrecimiento con su permiso. A mí me parece que Jesús lo quiere". En ese ofrecimiento sin límites, aceptando los castigos, incluso centuplicados, preparados para otros, el P. Pío nos entrega una clave para poder entrever -sin comprenderlo a fondo- el mis– terio de su amor y dolor. Con razón el P. Benito, al concederle el 54
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