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vuelven más ásperas... El enemigo de nuestra salvación está de tal forma rabioso, que no me deja en paz casi un momento, hacién– dome la guerra de modos diversos". La confesión de las "torturas del corazón" -de los escrúpu– los- llega al sumo en una carta del 20 de diciembre de 191 O: ''Estoy en las manos del demonio, que se esfuerza por arrebatar– me de los brazos de Jesús. Cuánta guerra... en algunos momentos falta poco para no perder la cabeza por la continua violencia que tengo que hacerme. Cuántas lágrimas, cuántos suspiros..." "Estoy enfermo de amor" Paralelas a las "torturas del corazón" marchan las gozosas torturas del amor. Dolor y amor son las coordenadas del itinera– rio espiritual del joven fray Pío. Este pobre frailecillo, refugiado en Pietrelcina, se siente víctima del dolor y "enfermo de amor". Es un amor que le viene de lo alto, pero correspondido desde lo más hondo de su pequeñez. "Los latidos del corazón -escribe el 18 de septiembre de 1911- mientras me encuentro con Jesús sacramentado, son muy fuertes. A las veces me parece que se me va a salir del pecho. En ocasiones, cuando me encuentro en el altar, siento como un in– cendio por toda mi persona, que me resulta imposible describir. La cara me parece que se me vuelve un ascua". El 21 de marzo de 1912 escribirá sobre dulcedumbres que experimentó en la fiesta de San José: "Solo Dios sabe la dulzura que sentí, sobre todo después de la misa, hasta el punto que todavía las estoy viviendo. La cabeza y elcorazón me ardían: pero era un fuego que me hacía bien. El paladar gustaba un dulzor tan grande al contacto de aquellas carnes inmaculadas del Hijo de Dios". En enero de 1915 parece que el fraile de Pietrelcina ha llegado al límite del amor y del dolor, que se reflejan en su mismo cuerpo. "Siento el corazón y las entrañas totalmente absorbidas por las llamas de un fuego grandísimo que crecen de continuo. Esas llamas hacen que la pobre alma se desahogue en débiles suspiros... Al mismo tiempo el alma siente, junto al martirio atrocísimo 53