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porvenir como "una palabra sin sentido" y la muerte la única cosa que le queda "como amiga". A la aceptación de la misteriosidad de esa enfermedad llegó incluso el P. Benito de San Marcos en Lamis, superior provincial de 1908 a 1919. En un principio éste no veía con buenos ojos que fray Pío estuviera fuera del convento, pero lo toleraba en espera de una solución. En la primera carta que nos queda, escrita el 2 de enero de 1910, el P. Benito escribe a fray Pío: "Si adviertes una notable mejoría con el clima de tu pueblo, sigue ahí... Des– conozco cuáles sean los divinos designios de querer que por fuerza estés con la familia; en todo caso los adoro, esperando confiada– mente que se resolverá la crisis". En otra carta del 26 de junio de 1910 repetirá que adora la voluntad misteriosa de Dios: "Me desagrada, pero adoro el alto decreto de Dios que, sin duda por una inefable piedad, no te permite vivir en el claustro, a donde él mismo con tanta dignación te llamaba. Acaso te quiere exilado en el destierro del mundo a fin de que puedas poner en él solo todas tus esperanzas y delicias. Bendito sea". El P. Benito, en una carta del 5 de septiembre de 1911 , se muestra más bien decidido de forma inflexible a que el fraile vuelva al convento: "Si tu permanencia en casa no te cura, te devolveré a la sombra de San Francisco. Aun en el caso en que Dios te quiera llamar a la gloria, es preferible que mueras en el convento a donde te llamó". A causa de aquella enfermedad incurable y que no necesitaba de médicos, se llegará incluso a pensar que el paciente era "víctima de una ilusión diabólica" y que su estancia fuera del convento era "engaño del enemigo". Como si no tuviese bastante con sus enfermedades, el paciente sentía el peso del desagrado que le mostraban los superiores. A su superior provincial, que le había hablado con ruda franqueza de morir en el convento, fray Pío declara con juvenil firmeza su derecho a vivir, lo que sufre por verse fuera del claustro y su pronta obediencia. "Figúrese si no desearé volver al convento. El mayor sacrificio que he hecho al Señor ha sido justamente el de no haber podido vivir en el convento. Pero no creo que usted quiera en forma absoluta que yo haya de morir... También yo tengo el pleno deber y el derecho de no quiq1rme la vida a los veinticuatro años.. . Piense que estoy más muerto que vivo y luego 50

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