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PALABRAS INICIALES del Card. Pedro Parente FENOMENO YMISTERIO DEL P. PIO En la vida de cualquier hombre distinguimos un doble aspec– to: uno externo, formado por las palabras, por los gestos con que se relaciona con los demás; otro interno, en !o más hondo de la psicología, en el que se vislumbra apenas lo que es la persona. Pero cuando el hombre ha sido llevado por la gracia divina a la esfera sobrenatural, sobre todo cuando ha sido enriquecido por los carismas propios de la vida mística, aquellos dos aspectos aparecen con mayor relieve y hasta en contraste entre ellos. La vida exterior de un siervo de Dios, lo mismo que su aspec– to, puede ser lo más sencillo. Acaso se distinga de la de los otros por una tonalidad más tímida, más serena, más atrayente, por estar animada por la bondad, síntesis de todas las virtudes. Pero el siervo de Dios tiene un rostro oculto, que es el más verdadero, conocido parcialmente por él mismo, y totalmente por Dios, que escudriña renes et corda. El P. Pío es uno de los más destacados de estos siervos de Dios. Durante una vida bastante prolongada, aunque casi la pasó toda ella en el mismo lugar, ha atraído al mundo hacia sí, un poco al modo de San Francisco, con su figura, con su apariencia que reflejaba el alma de aquel buen muchacho, de aquel vecino de Pietrelcina: mirada simpática, grave y serena, con dos ojos vivos y profundos, que conquistaban a todos y que con frecuencia desconcertaban. Y el desconcierto subía de grado ante aquellas manos estigmatizadas, que él ocultaba cuidadosamente. Así lo vi yo a finales de 1919, en una visita que le hice en San Giovanni Rotondo. Era yo Rector del Seminario de Benevento, en el que tenía alumnos de Pietrelcina. Me acogió con simpatía, 5

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