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religioso que lo puso todo a fin de que por su medio la Iglesia pudiese cada día representar mejor a Cristo ante los fieles y ante los infieles: "cuando está orando en el monte, o anunc~a el Reino de Dios a las turbas, o cura a los enfermos, o convierte a los pecadores, o bendice a los niños y hace el bien a todos, u obedece siempre a la voluntad del Padre que le ha enviado". Cuando el P. Pío escribía a Rafaelina Cerase acerca de la santidad, allá por el 30 de diciembre de 1915, parece el paradigma que sintetiza, no sólo su doctrina, sino toda su existe!).cia: "San– tidad significa ser superiores a nosotros mismos; signif.ca victoria perfecta sobre todas nuestras pasiones; significa desp:-ecio real y constante de nosotros mismos y de las cosas del mundo, hasta el punto de preferir la pobreza a la riqueza, la humillación a la gloría, el dolor al placer; la santidad es amar al prójimo como a nosotros mismos y por amor de Dios. La santidad, en este punto, es amar incluso a quien nos maldice, nos odia, nos persigue, y hasta hacerle bien. La santidad es vivir humildes, desinteresados, prudentes, justos, pacientes, caritativos, castos, mansos, laborio– sos, cumplidores de los propios deberes... Sólo la santidad... tiene en sí la virtud de transformar... al hombre en Dios". El quehacer humano del P. Pío fue un compromiso de trans– formación en Dios. El P. Pío apareció -nuevo Francisco de Asís del siglo XX– como hombre abrazado a Cristo crucificado y a los h::>mbres que sufren. También él crucificado, también él agobiaéo de sufri– mientos . Crucificado sin la cruz. 394
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