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afectos legítimos. "Y mi corazón, ay de mí, ardiendo siempre de amor por el Todo y por todo, cuando lo volcaba, inocente, in– conscientemente sobre criaturas que me eran queridas y agrada– bles, El.'.. me reprendía en mi interior" Dios no le habla a medias. "Una voz triste, pero dulcísima resonaba en mi pobre corazón. Era la voz del Padre amante... Era la voz del Padre benigno, que quería que el corazón de su hijo se desprendiese de aquellos amores infantiles, inocentes. Era la voz del Padre amoroso, que susurraba al oído y al corazón del hijo que se despegase totalmente del barro, del fango, para con– sagrarse solamente a El". El Señor recurre a todo para atraerlo hacia sí. Le llama ar– dientemente con suspiros amorosos, con gemidos inefables, con palabras dulces y suaves. Francisco, que se confesaba "el hijo ingrato", recuerda: "Parecía invitarme a vivir otra vida. Me hacía comprender que el puerto seguro, el asilo de la paz para mí era formar parte de la milicia eclesiástica". Ante la clara llamada de Dios, Francisco exclama: "¿Dónde podré servirte mejor, oh Señor, sino en el claustro y bajo la insignia del pobrecillo de Asís? Y El, al ver mi miseria, sonreía, sonreía largamente... Yyo entonces sentía dentro de mí dos fuer– zas que pugnaban entre sí y me laceraban el corazón. El mundo que me quería suyo y Dios que me llamaba a una vida nueva". El vacilante Francisco sintetiza así la prueba: "¿Quién será capaz de decir el martirio interior que se fraguaba dentro de mí? El solo recuerdo de aquella lucha intestina que tenía lugar dentro de mí, me hiela la sangre en las venas... Oía la voz del deber de obedecerte a ti, Dios verdadero y bueno. Pero tus enemigos me tiranizaban, me dislocaban los huesos, me retorcían las en– trañas". El luchador le cuenta a Dios lo que éste sabe ya, reafirmándo– se en su respuesta a la llamada providencial. "Tú lo sabes, Señor, sabes las lágrimas calientes que derramaba en tu presencia en aquellos tiempos luctuosísimos. Tú lo sabes, Dios de mi alma, sabes los gemidos de mi corazón, las lágrimas que caían de mis ojos. Tú tenías ya la señal inequívoca de aquellas lágrimas... con que empapaba la almohada... Prefería morir antes que dejar de seguir tu llamada". El luchador ensalza a Dios que le salvó y le da gracias por la victoria. "Te sean dadas infinitas alabanzas y acciones de gracias, 41

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