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corazón sacerdotal que se abre a los hombres que sufren, dándo– les una Casa Alivio, ofreciéndoles un servicio de am,or. A un mundo que ha perdido la noción de pecado, el temor al pecado y que desatina contra el sacramento de la confesión, Dios ha presentado a un hombre deshecho ante el mal, con el alma traspasada y con la mano levantada para reconciliar a los hijos pródigos con el Padre que les está esperando. A una época orgullosa le ha hablado de ocultamiento, de silencio. A una época ahíta de bienes y afanosa por tener más, le ha señalado la serenidad de un pobre. A una época alérgica a la cruz, le ha mostrado un hombre crucificado, un hombre que ha penetrado en cuerpo y alma en el torbellino de la Pasión, que toma parte en el misterio de la cruz en vistas a una misión pascual de salvación. "El P. Pío - ha escrito un arzobispo de Tahití, en la Polinesia francesa- ha dejado incisivas lecciones para todos. A las Con– gregaciones romanas, lecciones de prudencia y de sabiduría. A los obispos, a los superiores religiosos, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, obediencia y sumisión... Su vida de sufri– miento es para todos una lección de amor, de obediencia, de abandono, de meditación, de desprendimiento, de confianza en Dios". "Su glorificación -escribe Rafael Pellecchia, obispo de Cas– tellammare de Stabia- será la respuesta más clara que la Iglesia del Concilio dará a la época moderna, sobre todo porque 'las alegrías y esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de hoy, sobre todo de los pobres y de todos los que sufren' fueron también las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias suyas, y nada hubo genuinamente humano que no encontrase eco en su corazón" (Gaudium et spes, 1). El mundo reconoce en el P. Pío al hombre de la espiritualidad completa: la vertical y la horizontal. Durante decenios -y así seguirá siempre en el recuerdo de todos- se le vio como al sa– cerdote de la oración y de la ayuda a los hermanos, como un testimonio de Dios y de su misericordia. Es un hombre cuya vida fue afán por asemejarse a Cristo: en la búsqueda del Padre, en la aceptación de la Pasión, en su pobreza, en su obediencia, en su humillación, en la prolongación de su misión salvadora para conducir los hombres a Dios. Según las indicaciones de Lumen gentium, el P. Pío fue aquel 393

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