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Hablan los obispos Andrés Cesarano, arzobispo de Manfredonia desde 1931 hasta después de la muerte del P. Pío, puede ser llamado "el obispo del P. Pío". Tuvo en gran estima al fraile del Gargano. En una conversa– ción con el Papa Juan, le perfiló así: "Hombre de hLmildad, de oración, de penitencia". Antes de que la muerte le sorprendiese el 19 de diciembre de 1969, el arzobispo pudo dejar por escrito algunas de sus impresiones acerca del capuchino al que amaba y que le había impresionado desde que le vio por vez primera. "Admiré en él la serenidad interior, su carácter jov~al, la total sumisión a las decisiones de la Santa Sede respecto de él". De esas memorias, tan breves y que quedaron incompletas, surge la figura del fraile estigmatizado y el ambiente e:i que vivió. Habiendo hecho indagaciones personalmente, el arzDbispo des– cubre un auténtico fanatismo: "un grupo de personas del lugar y de fuera que propagaban, divulgaban, exageraban, tasta inven– taban tantas cosas fantásticas ... , se aprovechaban de la situación". Declara que "repetidas veces" dio a conocer a los su;:,eriores del convento de San Giovanni tales exageraciones, que éstos lamen– taban. También da cuenta de que "repetidas veces" tuvo que intervenir ante las autoridades civiles para hacer "retirar de la venta volúmenes y publicaciones que abusaban de la buena fe de los pobres peregrinos". En ese torbellino de propaganda malsana y detestable se pro– yecta -totalmente ajena a ello- la figura, objeto del fanatismo. "Todo lo que se deploraba en San Giovanni Rotondo, se llevaba a cabo sin saber una palabra el P. Pío". Aún más: "El P. Pío ignoraba en absoluto lo que se tramaba fuera de la iglesia, y a veces, no raramente, lo deploraba conmigo". Este cuadro realista, si por un lado justifica la obligada inter– vención de la autoridad eclesiástica para acabar con indiscrecio– nes y fanatismos, por otro lado pone de relieve El sacerdote P. Pío, sólo preocupado por las almas, el cual, mientras se inmola dentro de una iglesia, no se da cuenta de la barahúnda "fuera de la iglesia", y, cada vez que algo llega a sus oídos, es el primero en lamentarlo. 380
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