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"Ahora estaréis contentos los capuchinos, por haber sido el P. Pío reintegrado en su ministerio: es una cosa muy rara, si no única, en la historia". Pío XII, en los diecinueve años de pontificado, vio florecer las dos iniciativas más providenciales del P. Pío, una para los cuer– pos (la Casa Alivio), la otra para las almas (los Grupos de ora– ción), expresó repetidamente, en distintas ocasiones, su opinión sobre el fraile del Gargano en el que, desde 1917, había deposita– do toda su confianza, al darle facultad para administrar la Casa Alivio, reconociéndole como su propietario de por vida. Le dijo al escultor Francisco Messina: "El P. Pío es un gran santo... Ciertamente es un santo varón". A un grupo de misione– ros de Foggia que partían para Eritrea, en noviembre de I949, les dijo: "Es un santo varón... Tan bueno, tan bueno... Dichoso él". Como le estimaba tanto, el Papa se encomendaba "siempre a las oraciones del P. Pío", pidiéndole en febrero de 1952 una misa "por una intención particular suya". En 1957, en una audiencia a peregrinos franceses que se dirigían a San Giovanni Rotonda, les dijo: "Sí, sí, id, que os hará bien". Juan XXIII, papa en los años 1958-1963, hizo llegar por me– dio del secretario de Estado, Mons. Domingo Tardini, su "alta alabanza", "especial alabanza" por el desarrollo y la programada ampliación de la Casa Alivio, a la que llamaba "benéfica planta, que ha brotado en el campo del Señor por el celo infatigable de un ministro suyo". El 30 de abril de 1960, en una audiencia al superior y al definitorio general de los capuchinos, el papa Juan atendía su petición para el envío de un visitador apostólico a San Giovanni Rotondo, sobre todo en el aspecto administrativo. Mostraba su interés "por tratarse de una cosa que llevaba muy dentro del corazón", ya que el nombre del P. Pío tenía "resonancia casi mundial" y era necesario "impedir todo lo que pudiera ofus– carla". En agosto de 1960 el P. Pío recibió una visita apostólica que le proporcionó no poca amargura y turbación. Se trataba de hechos, que el P. Pío sabía encuadrar dentro de unas horas difí– ciles de la historia, de embrollos humanos y, sobre todo ello, de providenciales designios de Dios. En todo caso, el papa Juan había enviado al P. Pío una de sus primeras bendiciones apostólicas en los comienzos de su pontifi- 378

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