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todo resto de escara en la superficie de la piel dorsal de la mano. La epidermis aparecía íntegra, rosada, sin ninguna señal de la serosidad hemática que durante decenios era la contraseña de sus manos, observadas por mí personalmente decenas, acaso cente– nares de veces mientras celebraba sus misas... Ahora ni lesiones, ni coágulos hemáticos, ni siquiera un rastro de cicatriz alteraban la superficie del dorso de la mano derecha, que aparecía en los fotogramas. La palma de la mano izquierda, por el contrario, presentaba la persistencia de la llaga, o - para ser más exacto- de la escara hemática como señal exterior visible de la misma, con el consa– bido aspecto característico de mancha roja tendiendo a negruzca, redonda, de las dimensiones aproximadas de dos-tres centímetros de diámetro". El mismo resultado se deduce de numerosas foto– grafías sacadas, durante la misma misa del padre, por el fotógrafo Elías Stelluto. Veinte horas después de estas impresiones cine-fotográficas, en el examen llevado a cabo sobre el padre, nada más expirar, se constató la desaparición de toda señal de llagas, de coágulos de sangre, de cicatrices. Si las llagas -verdadera lesión anatómica de los tejidos- se mantuvieron durante medio siglo, con carac– teres constantes, y fueron siempre, sobre todo para la ciencia médica, un problema sin solución, ahora se presentaba otro pro– blema, más arduo, quizá, que el precedente, con la rápida y completa desaparición de las llagas, sin dejar ni la huella de las cicatrices. Parece proyectar luz sobre el hecho lo que escribía, cuarenta y seis años antes, el mismo P. Pío a su director espiritual, P. Agus– tín, seis años antes de verse sus llagas en pies y manos. Escribía: "Jesús, su querida Madre, el Angel de la guarda con los otros me vienen animando, y no dejan de repetirme que es necesario que pierda toda la sangre". Al irse congelando poco a poco aquel cuerpo ya exangüe, las llagas se fueron cerrando y se fue reduciendo el flujo de sangre. Casi un mes antes de la muerte del P. Pío, comenzó a circular entre los fieles la voz de que las llagas comenzaban a desaparecer. De hecho "todos los fieles que asistían a la celebración de su misa, advirtieron este fenómeno y que el P. Pío, siempre tan escrupuloso por esconder las llagas de las manos con las mangas del alba en los últimos tiempos dejaba que las manos aparecieran 370
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