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de donde brotaba. Les llamaba crueles, duros, jueces severos, tiranos. El 26 de agosto de 1916, escribiendo a María Gargani, la colocaba entre sus "cordiales enemigas", junto con otras almas que, al rezar por su vida, prolongaban su "tristísimo exilio". La llamaba "mi cordialísima enemiga". Al enterarse de que Rafaelina Cerase no se atrevía a pedir al Señor que llamase a sí a su consolador, éste le escribía: "Esta noticia es para mí una espada de doble filo , que me traspasa el corazón... Oh, ¿por qué negarme esta caridad?" Le decía que si no lo hacía en adelante, se convertiría en "una asesina". A la misma Cerase, que le exhortaba a tener paciencia, porque todavía tenía que "trabajar para rematar la corona con flores y otras piedras preciosas que aún le faltaban", el capuchino le contestaba: "Dios mío, a la corona le falta hasta el esqueleto. No hay por qué hablar de flores ni piedras preciosas, pues yo nada he hecho". Y seguía exponiendo el estado de su alma: "Esta sufre, quisiera poner término a su desdicha, pero siempre está rodeada de infi– nitos peligros de volver a ser infiel. Esta es una de las causas que más poderosamente la obligan a desear dejar esta vida... Por caridad, no sea tan cruel y bárbara con este pobre infeliz". Todavía en enero de 1919, el P. Benito hacía saber a su hijo espiritual, demasiado deseoso de morir, que tenía que vivir para realizar una misión: "Tu misión todavía no está cumplida y más que ser absorbido por Dios, debes estar sediento de la salvación de los hermanos". Desde entonces habían pasado cincuenta años, totalmente consagrados a su misión salvadora. Este padre de almas, con más de ochenta años, ya agotado, podía finalmente pronunciar el consummatum est. El 10 de enero de 1965 el P. Pío, aludiendo claramente a su muerte, le dijo al doctor Delfino, que le había preguntado por su salud: -Falta una sola cosa. El mismo año, el 13 de agosto, le oyeron decir: -Me encuen– tro muy mal. Ya puedo decir: "Cursum consummavi, fidem ser– vari". Ahora solo me resta... 363

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