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la juventud, lo atestigua todo el epistolario a sus directores espi– rituales. La idea de la muerte le resultaba familiar, nada terrorí– fica. Al contrario. La esperaba como a su libertadora, no tanto de los males físicos cuanto del mal moral. El temor a pecar, la incertidumbre de perseverar en el amor, le llevaban a poner buena cara a la muerte. El deseo de la muerte coincidía con el deseo de abreviar el destierro para unirse a Dios y perderse en El para siempre. Era anhelo por volver a la casa del Padre. Tenía veintitrés años y escribía el 12 de marzo de 1910: "De un tiempo a esta parte me parece que ninguna cosa de aquí abajo tiene ningún atractivo para mí; ... la idea de la muerte me parece que es la que me atrae y que no estoy lejos de alcanzarla". A los veinticinco años, el 29 de diciembre de 1912, precisaba vigorosamente el porqué de su deseo de morir: "Vivir aquí abajo... me hastía. Es un tormento tan amargo para mí vivir la vida del destierro, que casi no puedo más. El pensar que en cada momento puedo perder a Jesús, me produce un ansia que no acierto a explicar". Cinco meses más tarde, el 6 de mayo de 1913, confesaba el choque de dos deseos: "Deseo la muerte sólo por unirme con los lazos indisolubles con el celestial esposo. Pero deseo también la vida, para padecer siempre". El 14 de enero de 1915, llegó a pedirle oraciones al P. Benito para implorar una pronta partida hacia Dios: "Pida por mi pron– ta partida, porque ya no puedo más". Fue el suyo un grito más místico que humano, el que estalló en una carta del 7 de julio de 1913 al P. Benito: "Oh vida... qué larga eres". Ylo repitió en una carta al P. Agustín el 25 de septiembre de 1915: "Oh vida, dema– siado larga. Oh vida cruel. Oh vida, que ya no es vida para mí. Oh, qué solo me encuentro... en este desierto del mundo". Estando en F oggia, el 17 de marzo de 19 I 6, en una carta al P. Benito, prorrumpía: "A dondequiera que me vuelvo, encuentro espinas que se me clavan. Sólo una cosa me queda como amiga: la muerte. La llamo de día, la llamo de noche, con el único fin de -encontrar un refrigerio a tantas desventuras". Con el P. Benito y con todos aquellos que le negaban el permiso de pedir al Señor la muerte, empleaba una terminología atrevida, irrespetuosa para quien no conociese a fondo el corazón 362

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