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Recordando los sufrimientos del Papa "por los problemas de la Iglesia, por la paz del mundo, por tantas necesidades de los pueblos, pero sobre todo por la falta de obediencia de algunos, incluso católicos", el P. Pío declaraba que ofrecía sus oraciones y sufrimientos diarios, "como pequeño, pero sincero pensamiento del último" de sus hijos. · Dando gracias por la "palabra clara y valiente" de la Encíclica Humanae vitae, el padre escribía: "Reafirmo mi fe, mi obediencia incondicional a vuestras luminosas directrices". Pidió la bendición del Papa para sí, para sus hermanos, para sus hijos espirituales, para los Grupos de oración, para sus enfermos, para todas las iniciativas buenas realizadas en nombre de Jesús. Fue casi su testamento. Encomendó a los suyos, a sus obras más queridas, a la bendición del Papa, para morir "hijo humildí– simo" entre los brazos de la Iglesia. El P. Pío no fue un predicador. Con todo, su obediencia y su fidelidad a la Iglesia fueron su predicación más larga, la más convincente. Esta carta al Papa fue el colofón. Quiso - como siempre- confiarse al cuidado maternal de la Iglesia para, adherido a ella, dar el último paso. 358

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