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los capuchinos: "Esto me causa un dolor indecible". Y le pide que cambie de lenguaje y que, "en las futuras ediciones quite cuanto redunde en desdoro... como cosa ajena a la verdad". Le suplicaba, invocando las palabras sagradas de la amistad, el honor, la leal– tad, la conciencia. Le indicaba que, caso de no querer hacerle caso, se abstuviese de escribirle, "porque sería para mí demasiado amargo y no lo soportaría mi corazón". También contra Francisco Morcaldi, alcalde de San Giovanni Rotondo, se desató con energía, inspirada sólo por el amor a la verdad y a la Iglesia. "Hace muchos años -declara Morcaldi– que yo, al agriarse la polémica, había preparado una especie de libro blanco en defensa del P. Pío y lo quería publicar. Pero cuando lo leyó me cogió por el cuello, en uno de sus arrebatos de santo furor. Y me gritó: Satanás, ve a postrarte a los pies de la Iglesia, antes de escribir estas necedades. No te lances contra tu Madre': El mismo Morcaldi comenta: "Yo tengo por una gran prueba de santidad el hecho de que el padre se haya sometido siempre a los mandatos de la Iglesia, con una humildad que sólo la tienen los santos". Una carta al Papa El 12 de septiembre de 1968 -diez días antes de su muerte– el P. Pío pensó con afecto, una vez más, en la Iglesia. Escribió y envió una carta a Pablo VI. Quería ser una confirmación de amor y de obediencia, antes de cerrar definitivamente sus ojos, para decirle que toda su larga vida había sido amor y obediencia a la Iglesia. Con su escrito quería unirse a los capuchinos, reunidos en capítulo general especial, y pretendía ser un "acto de fe, de amor y de obediencia". Preocupado por el futuro de su Orden religiosa, el P. Pío declaraba que pedía al Señor que la Orden capuchina, fiel a la tradición, y abierta a la renovación en conformidad con las direc– trices del Vaticano 11, lograse "acudir siempre con presteza a las necesidades de la Madre Iglesia, a las orientaciones de Su San– tidad". 357

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