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P. Pío preguntó al P. Peregrino quién estaba en aquella fotogra– fía. Al contestarle que era su madre, el P. Pío añadió: - Yo veo dos Madres. Acercándose al cuadro y señalándole con el dedo, le repitió que era la fotografía de su madre Pepa. Y el P. Pío: ~No te molestes. Lo veo con toda claridad. Veo ahí dos Madres. La última mirada del P. Pío se posó sobre la imagen de nues– tra Señora de la Libera, patrona de su pueblo natal y madre suya durante su vida. En la caja le pusieron entre las manos el rosario, su compañía más querida. En la puerta de su celda quedó escrita una máxima de S. Bernardo, que i.lumina toda una vida: "María es toda la razón de mi esperanza". La Iglesia: otra madre La Virgen y la Iglesia, en el corazón del P. Pío ocuparon el primer puesto después de Jesús. Los dos amores llevan a Cristo: María como madre, la Iglesia como continuadora. Desde esta doble altura pudo el P. Pío ver y dominar toda su vida, ofrecida a los hombres, hijos de la Virgen y de la Iglesia. Se entrelazaban la luz mariana y la luz eclesial, porque María es la Madre de la Iglesia. En el segundo año de vida de la Casa Alivio, dijo el P. Pío: "Que la Virgen nos caldee de amor de hijos hacia el Vicario de Cristo en la tierra, y nos muestre un día a Jesús en el esplendor de su gloria". El padre amó a la Iglesia con la misma ternura con que amó a la Madre de Jesús y Madre suya. La tiene presente en sus oraciones diarias y quiere que los demás también la tengan presente. El 20 de diciembre de I9I3 escribe: "Que el Niño que va ·a nacer acoja mis débiles y flacas oraciones, las que le dirijo en estos días con mayor insistencia en favor de la Orden, de los superiores, de la provincia y de toda la Iglesia". El 20 de abril de 1914 repite: "Recemos por la causa de la Iglesia, nuestra tiernísima Madre". Por la Iglesia acepta las penas de cada día. En la misa del 30 353

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