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que había aprendido de la más dilectas imágenes marianas: la de Pompeya, la de Lourdes, la de Fátima. Era, sobre todo, la oración que le había enseñado la misma Virgen, como medio para obtener la conversión y la salvación de los pecadores. Además del rezo del rosario, ofrecía a su amada Señora sacri– ficios, o, mejor, toda su vida sacrificada. Ya en una carta del 21 de julio de I913 había pedido al confesor el permiso de compro– meterse con voto a no comer fruta el miércoles en honor de la Virgen. Hay una anécdota que nos muestra su generosidad en ofrecer sacrificios. En el período de la segregación, el padre podía recibir al doctor Mario de Giacomo. En una de las entrevistas se habló de los famosos macarrones a la napolitana, y el doctor lós pon– deró con tal viveza, puestos con tomate yjugo de carne de ternera, que se le abrió el apetito al P. Pío. Preguntado si no comería con gusto un buen plato, el padre respondió con sinceridad: -Ojalá lo tuviera-. Al día siguiente el doctor napolitano le puso en la celda, sobre una mesita improvisada, un plato humeante y sucu– lento de macarrones. El padre bendijo la mesa, cogió el tenedor y le dijo al doctor Mario: -¿Por qué no ofrecemos juntos un ramillete a la Virgen? Lleva esta comida a los pobres, que ellos te bendecirán. Después de haberse esmerado tanto, el doctor quedó de una pieza. Insistió, pero fue inútil. A los enfermos y a los que sufrían, cuando le pedían ayuda, el padre les contestaba: -Encomiéndate a la Virgen. Reza a la Virgen. Con frecuencia regalaba a sus dirigidos estampas de la Virgen, en las que había escrito una jaculatoria mariana o una invitación a seguirla y amarla. El obispo Pablo Carta, presentándole un amigo, ya oficial en Cagliari, le dijo al P. Pío que aquél quería asegurarse un billete de entrada en el paraíso. Después le preguntó qué le aconsejaba. "Con acento dulcísimo", el padre contestó: -Oh, la Virgen nos ama, la Virgen nos ama. Invitado a decir una palabra la víspera de su muerte, dijo lo siguiente: -Amad a la Virgen y haced que la amen. Rezad siem– pre el rosario. Quizá el padre murió viendo a la Virgen. Recostado en la poltrona, en la celda, vivía sus últimos instantes. De la pared que tenía delante pendía un retrato de su madre, la señora Pepa. El 352
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