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había sido llevada a San Giovanni Rotondo y no al santuario de San Miguel, en el Monte del Santo ·Angel, el P. Pío se expresó con una infantil sencillez: -La Virgen vino aquí, porque quería curar al P. Pío. Las advocaciones marianas preferidas Eran las más acordes con su psicología y con las que había vivido como fruto de su formación franciscana. Ante todo, la Inmaculada. Escribió una meditación sobre este singular privilegio. Ante la llena de gracia, prorrumpió en esta súplica: "Madre mía, ... purísima, inmaculada, ... ten piedad de mí. Que tu mirada ma– ternal me levante, me purifique y me eleve hasta Dios". Recor– dando el bautismo y "aquella blanquísima estola de la inocencia", terminaba pidiendo "un corazón puro" para amar a Dios, una mente pura para contemplar a Dios, un cuerpo puro para recibir a Dios en la comunión. Durante toda su vida luchó para poder reflejar en sí mismo la pureza que pedía a María Inmaculada. El P. Agustín pudo escri– bir: "Podría jurar que el padre ha conservado hasta la fecha su virginidad, y que nunca pecó ni siquiera venialmente contra esta angélica virtud". Tuvo que sufrir inmensamente el P. Pío cuando se enteró de que un visitador apostólico estaba indagando acerca de su conducta en este punto. La de la Dolorosa fue otra de sus devociones marianas, vivida y valerosamente mantenida por el P. Pío. "La Virgen Dolorosa - escribía desde Pietrelcina el l de julio de 1915- nos obtenga de su santísimo Hijo que penetremos cada vez más en el misterio de la cruz y nos embriaguemos con ella de los padecimientos de Cristo ... Que la Virgen santísima nos alcance el amor a la cruz, a los padecimientos, a los dolores... Esforcémo– nos por tener siempre al lado a esta bendita Madre y caminar siempre junto a Ella... Unámonos siempre a esta querida Madre. Salgamos con ella al encuentro de Jesús fuera de Jerusalén". Mediante las pruebas que torturaron su espíritu, el P. Pío penetró más fácilmente en el misterio de la Madre de Jesús con 349

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