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Señora y pedidle por todas las necesidades de la Iglesia y de modo especial por mi pobre alma... Dejad a los pies de esta mi querida Madrecita un suspiro mío. Oh, si pudiera acompañaros en esa visita. Qué dicha y qué favor tan insigne me concedería el cielo. Pero hágase la voluntad de Dios". Un día contó al P. Rosario de Aliminusa que, de joven, había tenido muchas ganas de ir en peregrinación a Lourdes. Lo vio en sueños con todo detalle, hasta el punto de describírselo minucio– samente a uno que había estado allí, el cual reconoció que era tal cual lo había descrito. Desde entonces -añadía el P. Pío-ya no volví a tener deseo de ir, El P. Rosario le indicó que sólo lo había visto en sueños, estando dormido. Pero él replicó: -No, no estaba dormido. Estaba despierto. En julio de 1968, el P. Honorato de San Giovanni Rotondo hizo saber al P. Pío que se iba a Lourdes y le invitó a que se sumase a aquella peregrinación. El P. Pío respondió: -Oh, en Lourdes he estado ya tantas veces... Ante la sorpresa del interlocutor, que le repetía que nunca le había visto salir del convento, el padre explicó: -A Lourdes no se va sólo en tren o en coche. Se va también de otros modos. El P. Pío -imposibilitado por tantos motivos para visitar los santuarios marianos- vivió cincuenta años al lado de uno de ellos: el de Santa María de las Gracias. Fue delante de esta milagrosa imagen -ingenua pintura del siglo XIV, con ojos un poco orientales y el pecho descubierto, mostrando su calidad de madre- donde el padre vivió los acon– tecimientos más decisivos de su vida: allí recibió los estigmas y allí ayudó a innumerables almas a volver a Dios. Una Virgen como ésa, con el niño en el regazo, rodeada de ángeles, el P. Pío la había visto en una visión la mañana del 20 de julio de 1913, después de haber dicho misa. Se encontró, con el espíritu, "llevado por una fuerza superior a una sala muy espacio– sa, toda ella deslumbrante de· una luz vivísima. Sobre un trono elevado, adornado de perlas, vio sentada una señora de rara hermosura, y ésta era la Virgen santísima, que tenía sobre el regazo al Niño, el cual presentaba una actitud majestuosa, un rostro espléndido y más luminoso que el sol. En torno, una gran muchedumbre de ángeles en formas resplandecientes". La Virgen de la iglesia capuchina de San Giovanni Rotondo 345

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